Miércoles 31 de marzo de 2021
Alarga el brazo para tocar su pelo rubio alborotado entre la profundidad de los sueños, en ese intento baldío cae en un precipicio que le provoca un respingo que la sobresalta pero es incapaz de despertarla.
Luces impostadas disfrazan su noche intentando simular un albor que no existe, un resurgir fingido de la soledad, un faro que pretende alumbrar su profunda oscuridad.
La alarma comienza a sonar rabiosamente y su mano aún dormida busca a tientas el movil perdido entre fotos gastadas por inútiles besos que no llegan a él y libros apilados sin ningún concierto en la mesilla, subrayados en algunas palabras, doblados en las esquinas superiores de muchas páginas abandonadas a veces por cansancio, otras por el atropello intempestivo del sueño.
Sus ojos se resisten al sonido impertinente e inoportuno, acunados por la penumbra sutil del alba, perezosos por la desidia descarnada que provoca su corazón roto, mecidos por un sueño húmedo en el que el protagonista es su cuerpo recio y tierno a la vez.
Hunde la cara en su lado de la cama, ahora vacío, ahora inservible, e intenta atrapar los rescoldos de su olor que se convierten en recuerdos dolorosos por solitarios golpeando su mente todavía adormecida. Se coloca la almohada entre las piernas abandonadas a la añoranza, cual íncubo que la posee cuando aún duerme, buscando mientras mueve rítmicamente las caderas un punto escondido que antes solo era capaz de encontrar la barba pelirroja que rodeaba su boca, los labios enrojecidos que cubrían su lengua, los dientes que la mordían suavemente.
Añora sus pecas mientras lágrimas y fluidos se deslizan despacio, ingrávidos, desidiosos ambos también porque llevan mucho trabajo acumulado, agotados después de tantas noches de desvelos y de amor en solitario y caen por fin en la blanca sábana, desgraciadamente inmaculada desde hace muchos días.
Un viento brusco e inesperado abre la ventana de par en par, el blanco visillo de hilo se inflama asemejándose a dos fantasmas amenazantes de un cuento para no dormir.
El frescor del amanecer acaricia su piel desnuda como si fuese una melena larga y suave restallando en su alma herida.
La luz de la farola guardiana de sus sueños se cuela sutilmente por el hueco que dejan los visillos preñados por el viento y, a pesar de que aún no ha salido el sol, le fuerza a abrir sus ojos verdes tan ennegrecidos como la noche que acaba de abandonar, tan profundos como los miedos que la acechan sin descanso.
Se despereza apartando de golpe la oscuridad y los malos sueños.
Bosteza atrapando el aire limpio de esa mañana primaveral que sabe a beso de buenos días, a café con tostada llena de mermelada de fresa, a hacer el amor suavemente nada más despertar.
Comienza para ella un nuevo día, quizás incluso una nueva vida aunque él no esté y nunca vuelva a estar, porque pesar de todo, el café sabe igual cuando atraviesa su boca para bajar aún caliente por la garganta, la tostada sigue rebosando mermelada y deja el mismo rastro escarlata en la comisura de sus labios que ahora solo lame su propia lengua quizás añorando un beso que nunca va a llegar.
Se apaga bruscamente la farola que alumbra sus sueños, y sale el sol despacio pero imponiéndose entre las nubes grises que ocupan el cielo inmensamente azul de su nostalgia.
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