OPINIÓN

Amenazas y equidistancia

Sábado 24 de abril de 2021
Tres veces en mi vida he recibido amenazas de muerte. Nada serio, la verdad. Casi todas las personas militantes de Podemos que conozco han sufrido episodios similares a los míos. Desde luego, una anécdota comparada con la persecución a Pablo Iglesias y a las caras más conocidas de nuestro joven partido.

Ante la amenaza, una siente primero cómo el corazón se encoge y se aprieta, y el pensamiento va hacia las personas que te rodean; unas por las que temes y las otras, porque no te crees que nadie entre tus vecinos y vecinas sería capaz de hacerte daño. Es curioso cómo el estereotipo nos lleva al prejuicio, una percepción a un sentimiento, que desemboca en nuestras acciones. Entonces, algo tan humano como sentir, nos deshumaniza.

Y cuando objetivamos, olvidamos la empatía. Cuando borramos al otro como persona que es nuestra igual, es el caldo de cultivo perfecto para el odio. Aderezado con el miedo dirigido y calculado que inoculan quienes son perfectamente conscientes de este proceso, asistimos con estupefacción a palabras, imágenes, miradas y expresiones de desprecio. Hay quien comete, hay quien omite pretendiendo equidistancia, hay quien es blanco de la diana. En la historia de la humanidad, esto es tan viejo y encontramos tantos ejemplos, que seguramente ya tengan en mente alguno.

El lenguaje, que no es neutral y pocas veces inocente (qué sencilla resulta la pregunta “¿Pero tú eres de esos?” y cuántas connotaciones encierra), pretende convertir en insultos palabras que tanto bien han hecho como “progresista”, “feminista” o “bondad”. Hay quien intenta tergiversar y retorcer la realidad deshumanizando al niño que ha vivido la experiencia terrible de emigrar en absoluta soledad y desamparo, a la anciana que no cabe en un hospital porque se han dedicado a engordar a un sistema privado que supone la asfixia del público, hablando de caridad como si fueran meapilas en la postguerra o atemorizando sin vergüenza alguna a las personas mayores diciéndoles que cuando bajen a comprar el pan les van a ocupar su casa.

¿Cómo es posible que miles de personas asistan indiferentes a estas manifestaciones? ¿Cómo, que haya otros miles que les jaleen sin darse cuenta de que les miran por encima del hombro, que no son más que instrumentos útiles hoy y desechables mañana? Desde el humanismo más sincero y radical, hemos de negarnos a normalizar estas actitudes y comportamientos filofascistas. No todo vale, relativizar los derechos humanos como los sociales, los civiles o los laborales no puede ser una opción. Miremos con nuestros ojos de mujeres y hombres, proyectemos una mirada limpia y sincera con nosotras mismas y busquemos en nuestra conciencia dónde surge la grieta que nos lleve a ser, no más, sino mejores seres humanos. Y preocupémonos si no la encontramos.

Teresa Navarro Zamora. Coordinadora Adjunta Autonómica y Secretaria de Organización y Cuidados de Podemos C-LM



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