OPINIÓN

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara : Culpabilidad

Miércoles 07 de julio de 2021
En nuestros días, bastantes personas no se sienten culpables de nada. Los males sociales y los graves problemas que afectan a la humanidad proceden siempre de los otros y de las estructuras sociales. Si nos fijamos, se repite el mismo esquema que nos propone el libro del Génesis. Adán culpa a Eva de la desobediencia a Dios y ésta a la serpiente, pero ninguno de los dos quiere asumir la responsabilidad de sus actos.

Con alguna frecuencia se escuchan voces en el seno de la sociedad afirmando que la culpabilidad es un producto de la religión. Con esta afirmación, se está insinuando que, si Dios no existiese, desaparecerían los sentimientos de culpa en las personas. Es más, al no existir los mandamientos, cada uno podría comportarse según sus deseos.

Sin embargo, los estudios filosóficos señalan que la culpa no es una invención de las religiones, sino una experiencia universal que afecta tanto a los creyentes como a quienes no lo son. Unos y otros experimentamos la invitación a hacer el bien y, sin embargo, como nos recordaba el apóstol Pablo, experimentamos que no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no deseamos.

El verdadero problema, sin embargo, se presenta no tanto en el reconocimiento de la culpa, sino en la forma de afrontarla. Cuando el ser humano asume la responsabilidad de sus actos, reconoce el daño que haya podido causar a los demás y pone los medios para cambiar de conducta, está en el buen camino. El reconocimiento de la culpa ayuda a la persona a crecer y a madurar en el desarrollo de su personalidad.

Por el contrario, cuando la persona se cierra en su indignidad y no asume la posibilidad de la existencia de alguien que venga a perdonarle y a salvarle de sus miserias y pecados, con el paso del tiempo experimentará los escrúpulos y llegará a destruirse a sí misma. El ser humano puede humillarse, reconocer su pecado, pero mediante los esfuerzos personales no conseguirá liberarse de sus limitaciones ni crecer como persona.

Los cristianos somos llamados a vivir nuestra experiencia de la culpa, pero hemos de hacerlo ante un Dios que es amor y misericordia. Desde la sinceridad con nosotros mismos, hemos de reconocer nuestras infidelidades y nuestras huidas del amor de Dios, pero al mismo tiempo sabemos que, a pesar de nuestros pecados, somos aceptados y perdonados, pues Jesús vino para los pecadores y no para los que se consideran justos. El cristiano sabe que en Dios encontrará siempre la comprensión y la misericordia que le ayudarán a superar su indignidad y a emprender el camino del seguimiento.

El apóstol Pedro y los restantes discípulos supieron reconocer sus infidelidades, pecados y contradicciones personales. Y, en medio de sus flaquezas y carencias, escucharon de labios de Jesús la invitación a superar los temores y experimentaron que contaba con ellos para ser sus amigos y para convertirlos en pescadores de hombres.

Con mi bendición, feliz día del Señor

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara




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