Martes 24 de agosto de 2021
Los avances tecnológicos y los descubrimientos científicos han sido muy importantes durante las últimas décadas y han colaborado de forma importante a las transformaciones sociales y laborales. Estos progresos de la ciencia y de la tecnología han puesto en manos del hombre posibilidades impensables para la realización del bien y para el desarrollo social, pero, al mismo tiempo, le ofrecen también posibilidades para realizar el mal.
En cualquier caso, hemos de tener muy presente que la ciencia y la técnica no pueden dar un verdadero sentido al ser humano ni pueden ayudarle a distinguir el bien del mal. La esperanza que da plenitud de sentido y redime la vida humana de la desesperación durante su peregrinación por este mundo y más allá de la muerte no depende de los descubrimientos científicos, sino del amor; no depende de nosotros, sino de Dios.
Esto quiere decir que la persona debe actuar en todo momento con una actitud de humildad para no pretender siempre tener éxito y para no empeñarse en resolver todos los problemas de la existencia con las propias fuerzas. La experiencia nos dice que el ser humano puede resolver muchos problemas con sus esfuerzos o con la colaboración de sus semejantes, pero otros problemas superan las posibilidades y capacidades del ser humano y solo pueden resolverse si Dios viene en su ayuda.
Los creyentes hemos de mostrar una actitud de gran confianza y valentía ante los problemas de la vida, pues sabemos que, a pesar de los fracasos y contradicciones, la propia existencia y la historia en su conjunto se encuentran custodiadas por el poder indestructible del amor de Dios y, por lo tanto, los esfuerzos humanos por un mundo mejor no quedan nunca sin fruto ni carecen de verdadero sentido.
En este sentido, la esperanza cristiana permanece vigorosa en medio de las dificultades y de los sufrimientos de la existencia. Es más, el mismo sufrimiento educa y fortalece nuestras esperanzas limitadas pues, aunque hemos de poner los medios para eliminar los sufrimientos de la humanidad, sabemos sin embargo que no podremos eliminar totalmente el sufrimiento del mundo, pues chocaremos siempre con la finitud de la existencia y con el poder del mal.
Esto nos permite asumir que la auténtica humanidad de una persona no debería medirse, como hacen algunos, por su poder o por sus conocimientos, sino por la relación con el sufrimiento y con las personas que sufren. Quien ama de verdad sufre siempre por el sufrimiento del otro y es capaz de padecer con él. Por el contrario, quien actúa desde el egoísmo está incapacitado para aceptar los propios sufrimientos y para compartir los sufrimientos de sus semejantes.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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