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LETRAS VIVAS SEGUNTINAS : Tierras de Sigüenza, patrimonio serrano

Foto : JAVIER CASTAÑÓN
Viernes 29 de octubre de 2021

A caballo de los ríos Dulce y Salado, el caserío de Sigüenza se yergue en una estampa propia de aquellos pueblos de vetustos callejones a los que se refería Azorín y de la tierra quebrada, acaso tormentosa, de las que hablaba Ortega.


La literatura ha tratado con mimo a un enclave convertido por derecho propio en aspirante a Patrimonio de la Humanidad. Debajo de todo ello subyacen poderosas razones monumentales y arquitectónicas, pero también un potencial cincelado a base de una oferta cultural y gastronómica de primer nivel. Basta seguir el recorrido que trazó Alfredo Juderías en Elogio y Nostalgia de Sigüenza (1958) para constatar las probidades de esta ciudad eterna.

Pero hay también una Segontia extramuros que brota en virtud de sus 28 pedanías y que merece la pena reivindicar. La de Imón y sus salinas, que en su día fueron las de mayor producción de la Península Ibérica, con sus piscinas, estanques recocederos y norias. La de Horna y el nacimiento del río Henares, lámina vertebradora de la provincia de Guadalajara. La que asoma a la nueva cocina en Alcuneza. La del patrimonio sencillo, testimonio de la vida de antaño, en Querencia y Bujalcayado. La de las hojas verdes, amarillentas y plateadas de La Cabrera. La de los oficios artesanos en Pozancos. La que subyuga a través de imponentes fortalezas como las de Riba de Santiuste y Guijosa. La que permite evocar la historia a través de las murallas de Palazuelos. Y la que deslumbra por el Románico Rural de las iglesias de Carabias, Saúca o Jodra del Pinar.

Para quienes hundimos las raíces en la Serranía de Guadalajara, la patria del Doncel puede considerarse la cabecera histórica y comercial de un territorio que ha sabido conservar sus señas de identidad. El paisaje dulce y salado de esta comarca, con el eco de un entorno natural plagado de pinares y cañones, conforma el sustrato de un enclave que ahora se abre al mundo para recordar, como dejó escrito Baroja, que en Sigüenza y sus tierras “el cielo está puro, limpio, transparente, con algunas estrías blancas y purpúreas”.

Raúl Conde
Periodista

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