Miércoles 22 de octubre de 2014
Finalmente la reina Sofía ha visitado al Rey. 25 minutos aproximados ha durado su estancia en el hospital San José de Madrid, donde el monarca permanece ingresado desde el viernes pasado cuando fue intervenido de la rotura de cadera que sufrió en Botswana, al que acudió a cazar elefantes. SIGUE
La cita ha sido breve, vacua de emotividad y asépticamente institucional como, según las últimas informaciones, viene siendo su matrimonio, a punto de las bodas de oro, durante los últimos tiempos. La reina Sofía es la última de la familia en visitar al Rey, con la obvia salvedad de que los duques de Palma viven apartados de todo lo que acontece en la Real Casa.
Lejos de cancelar su viaje privado a Grecia, donde ha celebrado la Pascua Ortodoxa junto a su familia, doña Sofía prefirió no regresar a España y seguir adelante con su escapada. Su negativa a volver de inmediato a España ha sido entendida como la respuesta en clave oficiosa a tantos y tantos desplantes y agravios públicos por parte del Rey. La única rabieta en más de cincuenta años de matrimonio. No ha debido ser fácil para la reina verse en lo alto de la picota informativa por los presuntos desaires amorosos de su marido, que ya están a pie de calle. Las últimas informaciones apuntan que el Rey no viajaba solo en el jet privado que le trajo y le llevó a la República africana.
Al parecer, viajaba con la princesa alemana Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, que ha dejado de ser innombrable a convertirse en habitual en las crónicas reales. Todo el mundo se pregunta qué pensará la reina de todo esto. Si su profesionalidad seguirá siendo la misma o si volará algún día por los aires, minada por los disgustos que soporta con una estoicidad casi espartana. Amante de los animales y embajadora en numerosas ocasiones de causas benéficas por su protección, doña Sofía se ha tenido que enfrentar al trance mediático de visitar a su esposo, al que todo el mundo cuestiona, tanto por sus aficiones cinegéticas como por su poco apego a la realidad española. Pero además, lo hace como esposa dolida. En esta ocasión, se refugió de la vorágine que le avergüenza en Grecia. Al poco tiempo de casarse, lo hizo en la India con su madre y sus hijos, tras enterarse de la que habría sido la primera infidelidad del Borbón.
No es la primera vez que una salida privada de don Juan Carlos provoca una crisis en el país de tal magnitud. La reina, en cambio, siempre ha guardado silencio, a pesar de que, por ejemplo, se le siga reprochando que no sabe hablar bien castellano. En el verano de 1992, el monarca protagonizaba un polémico viaje a Suiza de incógnito, que le impidió firmar el Real Decreto de sustitución de Fernández Ordóñez por Javier Solana (Asuntos Exteriores) preparado por el presidente González. “El rey no está”, espetó el que fuera presidente del Gobierno. A los rumores de un presunto delito de falsificación de documento público que surgieron en su día, se unirían, días más tarde, unas informaciones que colmarían el vaso.
El Mundo, dirigido por Pedro Jota, publicó ese mismo verano de 1992, con España cegada por el esplendor de los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, una información aparecida en la revista francesa Point de Vue y en la italiana Oggi. El periódico apuntaba que el verdadero motivo de su escapada tenía nombre de mujer: Marta Gayá, una decoradora mallorquina, habitual en los círculos de la alta sociedad española, con la que se ha relacionado al Rey durante muchos años. Esto provocó la ira del Rey quien quiso terminar a toda costa con Pedro Jota. Mario Conde le salvó y orquestó un encuentro en Zarzuela, con él mismo y Manuel Prado y Colón de Carvajal, como comensales. Pedro Jota rindió pleitesía al monarca y confesó que su fuente había sido el general Sabino Fernández Campo, por entonces Jefe de la Casa del Rey.
Su chivatazo puso en funcionamiento el relevo de éste al frente de la Casa del Rey, al que sustituiría Fernando Almansa. “Bueno, es cierto que alguna vez he comentado de rondón con Alonso Manglano (responsable del CESID con los Gobiernos de Felipe González), que, de vez en vez, no está mal darle un toquecito al Rey. Los dos estábamos de acuerdo”, confesó Sabino, él único que le daba toques de atención a Su Majestad”, en palabras de Peñafiel. Parece que de Marta Gayá a Corinna Zu Sayn-Wittgenstein y de 1992 a 2012 no hayan pasado veinte años. La historia se repite.
Noticias relacionadas