Miércoles 29 de diciembre de 2021
Jesús, antes de enviar a sus discípulos para anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra, les recuerda que la misión que han de llevar a cabo no es fácil: “¡Poneos en camino! –les dirá a los setenta y dos discípulos, que envía a las ciudades a las que él pensaba ir–. Mirad que os envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10, 3).
Vivimos en una sociedad violenta y agresiva. Ante las divisiones, calumnias, mentiras y enfrentamientos que palpamos cada día, todos los seres humanos, pero especialmente quienes nos confesamos discípulos de Jesús, tenemos que ayudar a descubrir con nuestras obras y palabras que existe la bondad y el perdón. Es más, tenemos que mostrar que se puede actuar con amor y no con violencia.
Para ello, hemos de acercarnos a nuestros semejantes con actitud de profundo respeto y servicio, brindando a todos nuestra amistad y nuestra ayuda. Cada persona puede y tiene que ser para sus semejantes no un lobo, sino un hermano, aportando bondad, amor y ternura. En medio de tantos intereses ideológicos y de tanta violencia injustificada, la sociedad y la cultura necesitan bondad.
Las palabras agresivas, los enfados, las mentiras y los comportamientos violentos, que percibimos con frecuencia en las relaciones familiares, en las actividades laborales y en la convivencia social, no podemos consentirlos ni convivir con ellos, pues están empujando a muchos hermanos hacia una sociedad menos humana y más destructiva.
Ciertamente, no es fácil vivir hoy desde el respeto, la amistad y la acogida al otro, cuando palpamos cada día tanto resentimiento y violencia. Es más, ante los comportamientos violentos de algunos hermanos, lo más fácil es endurecerse un poco más y defenderse de los ataques y de las injusticias atacando a los demás y haciendo el mal.
Cuando nos asalten estas tentaciones, no dejemos de contemplar a Jesús y de aprender de la humildad y mansedumbre de su corazón. Él vivió y realizó su misión como cordero en medio de lobos, pero, a pesar de esta experiencia dolorosa, no dejó de hacer el bien, de curar las heridas de sus semejantes y de acercarse a los últimos para ofrecerles su amor, su perdón y su paz.
La celebración de la Jornada Mundial de la Paz, al comienzo del año, tiene que impulsarnos a pedir al Señor este don para todos los hermanos que sufren violencia y persecución y a ofrecerla a nuestros semejantes. Esto nos obliga a proseguir en el camino de la conversión para unificar nuestra existencia desde Dios y para colaborar activamente con él en la construcción de su reino de justicia y de paz. Con mi bendición, feliz Año Nuevo.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara