Miércoles 29 de junio de 2022
En la sociedad actual, bastantes personas se quejan frecuentemente de los problemas que deben afrontar cada día en la convivencia familiar, laboral o social. Protestan de su mala suerte, de los comportamientos de sus semejantes, de las injusticias con las que son tratados y de la marginación por parte de la sociedad. Cuando nos paramos a escuchar los dolores y sufrimientos de estos hermanos, no resulta difícil descubrir que, en muchos casos, tienen razones objetivas para quejarse del maltrato que reciben.
Hay otras personas que tendrían importantes razones para quejarse, pero nadie les da voz. Sus palabras y protestas son silenciadas por algunos medios de comunicación y por las redes digitales para que no resulten molestas. El papa Francisco nos recuerda frecuentemente a los cristianos que hemos de acercarnos a estas personas para acogerlas, escuchar sus lamentos y compartir sus sufrimientos.
“Jesús –dice el Papa– quiere que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, de pertenecer a un pueblo” (EG 270).
Este texto del papa Francisco, tomado de su exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, nos invita a hacer un examen de conciencia para descubrir nuestra cercanía o distancia de quienes viven en las “periferias” humanas o existenciales y son excluidos de la sociedad. En estos hermanos marginados, despreciados y olvidados, los cristianos estamos llamados a descubrir y tocar la carne sufriente del Señor.
La contemplación de los efectos maléficos de las guerras, del hambre, de la trata de personas, de la soledad y del desprecio de la dignidad de tantas personas, nos impide quedarnos en la simple queja por los comportamientos de algunos gobernantes, por la falta de solidaridad y por las injusticias con los marginados. Además de la protesta, hemos de preguntarnos qué podemos hacer cada uno de nosotros por los demás.
Sin duda, todos podemos aportar nuestro granito de arena para construir un mundo más humano, haciendo el bien al hermano que vive a nuestro lado, escuchando al que sufre por cualquier causa, colaborando con el que nos necesita y acompañando al que está solo. El Señor nos ha concedido a todos unos talentos y cualidades que hemos de descubrir para ponerlos al servicio de los demás. Cuando lo hacemos, nuestra vida mejora, superamos la soledad, compartimos el sufrimiento de los hermanos y experimentamos el gozo de la solidaridad.
Con mi cordial saludo y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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