Miércoles 26 de octubre de 2022
Los días 1 y 2 de noviembre la Iglesia celebra la fiesta de Todos los Santos y ora por el eterno descanso de los fieles difuntos. Las celebraciones de estos dos días nos invitan a reflexionar sobre la otra vida o sobre el más allá de la existencia en la tierra. Merece la pena que rompamos, aunque sea por un día, con los criterios culturales del momento que nos invitan a poner nuestra atención únicamente en los bienes de esta tierra.
Una persona responsable y madura debe tener la valentía de pararse de vez en cuando a pensar sobre el sentido de la existencia, sobre la muerte natural y sobre el más allá de la muerte. No deberíamos olvidar que, entre los muertos de nuestra familia, pueblo o ciudad, estaremos también cada uno de nosotros.
Esto quiere decir que no deberíamos dejar de afrontar con lucidez y paz esta verdad fundamental de la existencia.
En la confesión cristiana de la fe, la seguridad de la vida más allá de la muerte es una convicción fundamental. El ser humano no es solo materia ni depende del todo de este mundo. Dios creador nos ha concedido un aliento de vida, un alma espiritual, que permanece en su presencia después de la muerte. Por eso, tendríamos que revisar nuestra peregrinación por este mundo a la luz de la inmortalidad y del juicio de Dios.
Algunos, en nuestros días, pretenden inventar un cristianismo que prescinde de la vida eterna y del juicio de Dios. Hablamos tan poco de estas realidades que, nconscientemente, nos olvidamos de ellas en la convivencia diaria y en la misma predicación de la Iglesia. En nuestras propuestas cristianas, insistimos en las consecuencias terrenas de la fe, pero olvidamos que ésta, ante todo, nos invita a una relación viviente con Dios, al cumplimiento de su voluntad y a la aceptación de su juicio.
Estamos en unos momentos, en los que hemos de afirmar con convicción y valentía nuestra esperanza en la vida eterna. Sin afirmar con claridad la resurrección de Jesucristo que nos lleva a esperar confiadamente la propia resurrección, el cristianismo deja de serlo para convertirse en un conjunto de consejos para aliviar los males de este mundo. La fe explícita en la resurrección nos distingue de quienes no son cristianos.
Esta fe en Jesucristo resucitado y en la vida eterna no nos aleja del mundo, sino que nos transforma interiormente e ilumina con nueva luz nuestra presencia en la realidad. Esperar la vida eterna es una invitación a transformar nuestra vida actual a semejanza de la vida que esperamos alcanzar un día en su plenitud. Podemos hacerlo, porque el Espíritu está y actúa en nosotros y nos transforma interiormente.
Sin la esperanza en la vida eterna, el cristianismo se quedaría en un conjunto de normas morales. En última instancia, cuando un cristiano deja de afirmar y esperar la vida eterna, termina viviendo como un ateo práctico, dominado por el egoísmo e incapaz de renunciar a lo mundano para participar de los bienes espirituales del Reino de Dios. Aprovechemos estos días para revisar nuestra fe y esperanza en la vida eterna, contemplemos el testimonio de los santos y renovemos nuestra confianza en el Viviente.
Con mi bendición, feliz celebración de los Santos y de los Difuntos.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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