Martes 16 de mayo de 2023
El libro de los Hechos de los Apóstoles comienza recordando la promesa de Jesús resucitado a los apóstoles, poco antes de volver definitivamente al Padre: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos” (Hch 1, 8). El Espíritu descenderá sobre los discípulos reunidos con María y, éstos, partiendo de Jerusalén, difundirán el mensaje de salvación hasta los confines de la tierra.
Los apóstoles y los primeros cristianos son enviados por Jesús como “testigos”. Esto quiere decir que no basta conocer a las personas y los hechos por lo que otros hayan podido contar o por lo que digan los libros. Para ser testigo es preciso ver de cerca de la persona y estar con ella. De hecho, ésta fue la condición que pidieron los apóstoles, cuando llegó el momento de elegir al sustituto de Judas (Hch 1, 21-22).
El evangelista Juan dejará también constancia de esta necesidad de ver, oír y tocar: “Os anunciamos lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con nuestras manos” (I Jn 1, 1). A partir de los encuentros con el Resucitado, las mujeres y los apóstoles no pueden callar lo que han visto. A pesar de las amenazas y prohibiciones, no dejarán de comunicar la noticia de la resurrección de Jesucristo, pues “es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Los cristianos y las comunidades eclesiales necesitamos recuperar el verdadero sentido del testimonio, como primera exigencia para vivir y anunciar el Evangelio. Los seguidores del Resucitado, a pesar de nuestras deficiencias y pecados, hemos de vivir con la profunda convicción de que, ante todo, hemos de presentar el testimonio de nuestra vida, la experiencia de lo que el encuentro con Jesús ha dejado en nuestra existencia.
Si no damos testimonio de Jesús con las obras, no somos consecuentes con la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones ni podemos confesar en verdad con las palabras que somos discípulos suyos. Aunque no hemos vivido en tiempos de Jesús, hoy podemos verle con la luz de la fe en las Sagradas Escrituras, oírle en el anuncio de la Iglesia y hablar con Él en la oración. Es más, en la meditación de su Palabra y en el necesario discernimiento de los signos de los tiempos, podemos descubrir la voluntad del Padre.
Además, tenemos la posibilidad de encontrarnos real y verdaderamente con el mismo Jesús resucitado en la Eucaristía. Él nos dice: “Tomad y comed: esto es mi cuerpo. Bebed todos, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna” (Mt 26, 26-28). Así mismo, como nos dice el papa Francisco, podemos incluso tocar al mismo Cristo en cada uno de nuestros hermanos, especialmente en los marginados por la sociedad. En ellos y desde ellos, el Señor resucitado nos grita su exclusión y sufrimiento.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz celebración de Pentecostés
Atilano Rodríguez Martínez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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