Jueves 06 de julio de 2023
El día de Pentecostés celebrábamos la salida misionera de la Iglesia naciente hasta los confines de la tierra para anunciar la salvación de Dios a todos los hombres. Los apóstoles y los primeros discípulos, impulsados por la fuerza del Espíritu Santo, vencen el miedo a los judíos y salen en misión para hacer discípulos de todos los pueblos, bautizándolos y enseñándoles a guardar todo lo que el Señor les ha dicho.
La Iglesia, con sus virtudes y defectos, ha asumido este encargo del Resucitado en cada momento de la historia, teniendo presente la realidad social, cultural y religiosa de las personas a evangelizar. En la actualidad, junto a grupos de creyentes con una fe madura y probada, nos encontramos con miles de bautizados que viven y actúan como si Dios no existiese. La separación entre la fe y la vida, denunciada ya por el Concilio Vaticano II, continúa afectándonos en mayor o menor medida a todos los cristianos, al pretender servir al mismo tiempo a Dios y al mundo.
Ante la contemplación de esta realidad, la Iglesia no puede seguir actuando como si todas las personas fuesen verdaderamente creyentes. Por eso, desde la escucha de la Palabra de Dios, todos los cristianos deberíamos hacer un profundo discernimiento para avanzar en la conversión a Dios y en la conversión pastoral. No podemos seguir con los esquemas pastorales del pasado ni caer en el derrotismo, afirmando que no se puede hacer nada ante la situación de increencia o indiferencia religiosa. Esto significaría que nos fiamos más de nosotros mismos y de nuestros criterios, que de la gracia de Dios y de la actuación constante del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y como quiere.
Además de asumir con gozo la nueva realidad social, cultural y religiosa, a la que el Señor nos envía a evangelizar, los cristianos hemos de actuar siempre con la profunda convicción de que el Espíritu Santo nos precede y acompaña en la misión. De hecho, miles de hermanos están viviendo con profunda alegría el mandato misionero en la sociedad actual, asumiendo la vivencia de la comunión eclesial con los restantes miembros del Pueblo de Dios para avanzar así en la vivencia de la sinodalidad.
En comunión con los trabajos del Sínodo Diocesano y del Sínodo de los Obispos, hemos de tener en cuenta que un aspecto fundamental de la misión evangelizadora de la Iglesia es el primer anuncio a quienes no conocen o no han oído hablar de Jesucristo. Esta misión, que es responsabilidad de todos los bautizados, no puede delegarse a unos pocos especialistas. En virtud del bautismo, cada creyente se ha convertido en discípulo misionero y no puede renunciar a cumplir con el encargo recibido del Señor.
En estos momentos, además de dar gracias a Dios por la Iglesia y por tantos cristianos entregados a la misión, hemos de pedirle también que nos ayude a tomar conciencia de nuestra vocación, asumiendo el gozoso encargo de proclamar con obras y palabras que Jesucristo ha resucitado, nos ama sin condiciones y continúa dando su vida por la salvación de todos, especialmente en los sacramentos.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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