REDACCION | Jueves 26 de octubre de 2023
Algunos cristianos viven del testimonio y de las enseñanzas religiosas recibidas de sus padres y familiares en la niñez, pero no han profundizado en la fe como encuentro personal con el Dios vivo. Estos hermanos pueden incluso mantener unas prácticas religiosas, pero éstas no tienen fuerza para iluminar y orientar las actividades diarias ni ayudan a encontrar verdadero sentido a las preguntas últimas de la existencia.
La contemplación de esta realidad tendría que animarnos a todos los creyentes a repensar y a revisar nuestra fe, pues esta solo puede ser vivida auténticamente si antes ha tenido lugar el encuentro personal con el Dios vivo, revelado en la vida y en la obra de Jesucristo. La simple confesión de la fe cristiana con los labios, sin una profunda experiencia religiosa, no nos libera a nadie de la indiferencia y de la superficialidad.
La confesión con los labios de las propias creencias y convicciones religiosas, sin haber descubierto antes que la fe, ante todo, supone el encuentro gozoso y personal con el Dios vivo, no puede iluminar las actitudes y los comportamientos de la existencia humana. Sin el encuentro personal con el Dios de Jesucristo, que nos regala a su Hijo para que tengamos vida eterna, no podremos descubrir que su amor incondicional y sus enseñanzas pueden ofrecer verdaderas respuestas a los interrogantes de la existencia y a los anhelos más profundos del corazón humano.
Esto quiere decir que, para superar la indiferencia religiosa y para clarificarnos en la vivencia de la fe cristiana, todos necesitamos cuidar la formación cristiana integral. Esta formación, por lo tanto, no puede reducirse a la simple adquisición de algunos conocimientos más sobre Dios, Jesucristo o la Iglesia, aunque esto sea bueno y necesario. La formación tiene que conducirnos siempre a profundizar en el conocimiento de Jesucristo y a seguirle en cada instante de la vida.
Pero, además de la formación, los cristianos necesitamos también recuperar y ahondar en la importancia de la vida espiritual, buscando para ello momentos de silencio para practicar la oración en medio de los constantes ruidos de la vida. Sin detenernos ante Dios para escuchar y acoger sus Palabras de vida en la oración, no puede haber Iglesia ni vida cristiana. Solo mediante la oración podremos abrirnos confiadamente al misterio del amor de Dios y descubrir los sentimientos de su corazón.
Para no engañarnos a nosotros mismos en la búsqueda de Dios y en el descubrimiento de su voluntad, será también conveniente y provechoso contrastar la propia vivencia de la fe con alguien que, desde su experiencia de Dios, pueda ayudarnos a discernir los pasos que cada uno hemos de dar, de forma libre y responsable, para avanzar en el seguimiento del Maestro y para responder a su amor incondicional.
Con mi bendición, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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