LA opinión
Miércoles 22 de octubre de 2014
Sembré avena loca a orillas del Henares”. Con estos versos del Arcipreste de Hita pronunciados por Javier Borobia iniciábamos hace cinco años un viaje mágico que nos adentró por los pueblos de la arquitectura negra. Aquel día, Javier, siempre genial, siempre Borobia, hizo de guía improvisado para un invitado de lujo: Mario Vargas Llosa.
El periplo serrano lo organizó Juan Garrido y sus gentes del club Siglo Futuro, ahora fundación. A la vuelta, contagiado por el espíritu de Vargas, publiqué un artículo titulado Lituma en el Ocejón, parafraseando la obra de Mario Lituma en los Andes. Ese mismo año Vargas Llosa se subía a la romana de Peñalver para recibir el premio ‘Su Peso en Miel de la Alcarria’ y yo vaticiné en ese texto que tan dulce galardón era la antesala del Nobel. Seguro que usted, querido lector, se preguntará qué tiene que ver una cosa con la otra. Y tiene razón porque a Vargas Llosa le dan el Nobel -¡ya era hora!- por su magistral obra literaria y no por el agasajo peñalvero. Sin embargo, lo que tengo claro es que ‘Su Peso en Miel’ tiene algo especial. En 1986 Teodoro Pérez Berninches entregó el premio a Camilo José Cela y tres años más tarde le concedieron el Nobel. El pasado año, Vicente del Bosque se subió a la romana y un año después la selección española de fútbol ganó el mundial. Rosa Díez ganó el premio en 2007 y en las elecciones generales de 2008 consiguió el acta de diputada. Por eso, aunque pueda parecerles casualidad, yo veo algo muy especial, además de dulce, en este galardón. ◆
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