Miércoles 20 de noviembre de 2024
Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
La constitución pastoral “Gaudium et spes” recogía en una memorable fórmula el contenido de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo: “El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45).
El poder de Jesucristo no se asemeja al de los grandes y poderosos de este mundo. Él tiene la capacidad de dar vida eterna, nos libra del mal, del dominio del pecado y del miedo a la muerte. Su poder procede del amor, “que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa” (Benedicto XVI, Ángelus, 22 noviembre 2009).
A partir de la centralidad de Jesucristo se puede interpretar la condición del ser humano, su dignidad, su vocación, su misión en la familia, la cultura, la economía, la vida social y política, su responsabilidad en la Iglesia y su anhelo de vida eterna. Jesucristo se manifiesta como nuestro rey con los brazos abiertos en la cruz. Él abrazó nuestra muerte, “nuestro dolor, nuestra pobreza, nuestras fragilidades y nuestras miserias. Él abrazó todo esto. Se hizo siervo para que cada uno de nosotros se sienta hijo, pagó con su servidumbre nuestra filiación. Se dejó insultar y que se burlaran de él, para que en cualquier humillación ninguno de nosotros esté ya solo. Dejó que lo desnudaran, para que nadie se sienta despojado de la propia dignidad. Subió a la cruz, para que en todo crucificado de la historia esté la presencia de Dios.
Este es nuestro rey, rey de cada uno de nosotros, rey del universo, porque Él cruzó los más recónditos confines de lo humano; entró en la oscura inmensidad del odio, en la inmensa oscuridad del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad” (Papa Francisco, Homilía, 20 noviembre 2022).
Jesucristo reina en nuestro interior. En el silencio, pero no en la incomunicación. En la sala más íntima, pero no en el intimismo solitario y desgarrador, sino en la intimidad solidaria. En el interior del castillo. En la soledad sonora, no en la soledad poblada de aullidos.
Jesucristo es Rey del universo grande, extenso, dilatado. Y es Rey de cada universo personal y comunitario. También reina en el pulso y la respiración de cada ser humano.
Su manera de reinar es discreta y efectiva. Reina sirviendo. Reina acompañando. Reina amando. Su reino es justicia, verdad, paz, amor y vida.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
Julián Ruiz Martorell, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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