Esta semana, Sara Carbonero recibe la Antena de Oro de la Federación de Asociaciones de Radio y Televisión por su trabajo durante el último año. La jovencísima y “guapa periodista” -nombre con el que el noventa por ciento de los diarios han encabezado la noticia- parece estar, por fin, entre los nombres destacados de la prensa (¿deportiva?).
En los corrillos del café, esta semana escuché un encendido debate sobre el peso que habrán tenido en esa decisión sus portadas en la prensa nacional e internacional o las injustas acusaciones que los medios sensacionalistas vertieron sobre ella, acusándola de “desconcentradora” oficial de La Roja. Pero esa tertulia rara vez salta a los medios de comunicación, quizá por el miedo a escuchar un recurrente... “lo que sucede es que a Sara le tienen envidia porque es muy guapa”.
G uapa es, sí señor, muy guapa. Habla de deporte, no cabe duda, y se expresa ante la cámara con elegancia y reposada claridad. Algo pija, eso sí, pero claridad al fin y al cabo. Sin embargo, aún no he escuchado a nadie describir sus cualidades periodísticas, las que le diferencian de tantos otros periodistas deportivos, de esos a los que yo daría mi Antena de Oro: esos que pelean contra condiciones adversas, pocos medios técnicos y salarios miserables, cada vez más alejados del ya casi utópico mileurismo; esos periodistas camaleónicos siempre dispuestos a enfrentarse a retransmisiones imposibles, que apenas recuerdan cuándo fue su último día de descanso y que parecen meterte la pasión en el cuerpo sólo con escuchar su voz. Me rendiré ante ti, querida Sara, el día que descubra a la periodista. Mientras tanto, mi Antena de Oro es para ellos.◆