Los toreros están defendiendo ante las instituciones sus carreras.
España brava
No todos afrontamos el miedo ante lo desconocido como los bravos toreros. Ni ellos, más allá del arrojo, adquieren un auténtico valor, si no es sobre la base del conocimiento
Miércoles 22 de octubre de 2014
El conocimiento derivado de la experiencia acumulada en cualquier actividad profesional, en el toreo, en la política o la empresa, nos ayuda, a nivel individual, a descubrir nuevos horizontes: nos brinda facultades para ganar. Pero no basta por sí mismo.
Y cuando es incompleto, genera confusión, miedo y actitudes intolerantes. Buen ejemplo de ello es el de una parte importante de nuestra juventud actual: jóvenes derrotados, de vuelta de nada, que se expresan como viejos escépticos sin ánimo de aprender. Presas fáciles para muchos políticos y empresas, ya de por sí alarmantemente incultos, que logran hacer pasar por verdades cualquier afirmación, por poco explicativa que parezca. El miedo que provoca esa angustiosa sensación de no saber nos puede paralizar o empujar a tomar decisiones erróneas.
Pienso en todo esto al hilo de las recientes reuniones que algunos toreros y representantes del sector taurino han mantenido con miembros del Gobierno y del partido mayoritario en la oposición. Viendo las fotografías de los diestros, escuchando sus declaraciones en los ministerios o a las puertas del Senado, ante las cámaras y los micrófonos, observé la candidez de su expresión. Estos jóvenes, de valor tan sobrado en los ruedos y ante el toro, perdían seguridad y aplomo, tanto en su actitud física como en su discurso. El albero político, ese ruedo de arenas movedizas, no invita desde luego a la confianza.
Pero al inicial y lógico desconcierto, y a las interrogantes que abre el paso de los toros a cultura, ha sucedido una necesaria inquietud. Porque además de mirar hacia fuera, hay que mirar hacia adentro, sin perder de vista una necesaria cultura de la relación. Como sentencia el entrenador del FC Barcelona Pep Guardiola: “Cada uno tiene que trabajar para ser el mejor, pero sin los demás es imposible, absolutamente imposible”. En el caso taurino, y gracias al rosario de reacciones que ha provocado la prohibición de los toros en Cataluña, quizá sea lo más importante.
Para ponerla en práctica hay que respetar que los intereses particulares de unos y otros. El valor individual de cada uno no puede estar sometido a una dinámica de grupo de tintes comunistas. Pero aunque las realidades sean complejas y una simplificación de las mismas sólo conduzca al desconocimiento y al fracaso, no son inabordables.
Aprovechando las citas políticas, varios de los matadores más significativos se han reunido estos días entre ellos, y luego con la patronal. Los recelos y las descalificaciones, fuera de micrófono, no se han hecho esperar. La carrera de los toreros, amén de graves cornadas, enorme competitividad y otros difíciles avatares, son cortas. Y buscan lógicamente el máximo rendimiento a sus años en activo. Por eso defienden con uñas y dientes su caché y, entre otras medidas, quieren negociar directamente sus derechos televisivos. En una de esas reuniones de los diestros se vivió un duro enfrentamiento dialéctico entre José Tomás y Enrique Ponce, al que el torero de Galapagar acusó de haber traicionado, hace diez años, el acuerdo alcanzado en este sentido. Cuando además aludió directamente - “Te lo digo a la cara”, dijo José Tomás-, a lo poco que se fajaba el diestro de Chiva con los toros, a punto estuvieron de llegar a las manos. No faltó tampoco la figura del desertor que, buscando el amparo de su apoderado-empresario, se desmarcó de la reunión relatándole inmediatamente sus pormenores. ¿Miedo? ¿Desconocimiento? ¿O ambas cosas a la vez? Las empresas, que han visto drásticamente recortados los amplios márgenes de beneficios a los que estaban acostumbrados desde hace tiempo, temen una posición de fuerza de los toreros. No es nada nuevo. Cuando en la segunda década del pasado siglo se juntaron en el hotel Palace de Madrid para pactar una limitación de los ingresos de Joselito y Belmonte, el primero de estos se presentó en medio de la reunión increpándoles amenazante: “No torearemos en ninguna plaza del último que se quede aquí”. La sala se quedó vacía. Al revés se han dado más casos. La patronal ha desecho acuerdos de los ganaderos con las televisiones, tirando por el suelo iniciativas como la CAPT (Confederación de Asociaciones Profesionales Taurinas), impidiendo patrocinios millonarios a los toreros o frenando la actual Mesa del Toro. Incluso ha manipulado sectores radicales de aficionados (véase el tendido 7 de Las Ventas) y medios de prensa. No hace tanto tiempo del enfrentamiento de José Miguel Arroyo, Joselito, con Manolo Chopera, cuando este era empresario de Madrid.
Ahora, cada cual sigue reivindicando sus derechos. Pero el telón de fondo de la crisis y la prohibición obligan a hacer una lectura más profunda de los hechos y sus consecuencias. Se impone una regulación interna a la que apelan hasta aquellos empresarios veteranos que la denostaban. Un orden necesario, con una administración, un consejo representativo y comités de vigilancia con capacidad y legitimidad sancionadora, cuyos miembros libremente elegidos destaquen por sus méritos, conocimientos y voluntad de consenso. En definitiva, un modelo democrático capaz de regular y promover el sector. Lo necesita la parte más débil del toro, que hoy por hoy, tanto a nivel de toreros (matadores, rejoneadores, novilleros o banderilleros) como de empresarios y ganaderos, es mayoría. Pero lo necesitan también los más fuertes. Porque un sector sólido beneficia a todos, se debe buscar el consenso respetando las diferencias.
Puestos a ser positivos, llegando los últimos podemos aprender de las experiencias brindadas por los demás. Salvando diferencias, el mundo del deporte está lleno de ellas. Buenas y menos buenas. Como ilustra la encantadora periodista de El Mundo Begoña Pérez en su columna futbolística “el compromiso moral de los jugadores con los clubes está en peligro de extinción”… “una última hornada de jugadores, estimulada por intereses personales y una avaricia muchas veces cultivada por su entorno, se apoya en el fracaso colectivo para dar rienda suelta a sus delirios de grandeza, pero utiliza los éxitos del equipo para alimentar su vanidad”. Esto me recuerda lo críticos que somos con los demás pero como, cuando cometemos el mismo error, encontramos siempre una justificación. Como cuando algunos taurinos se meten con la caza o la pesca, olvidando por ejemplo que, sólo en la comunidad de Madrid, hay 585.197 hectáreas de campo protegidas por esta actividad.
Toreo, escuela de valores
La voluntad responde a un instinto, nace y muere de la necesidad o el deseo individual. Pero es sólo un gesto banal y no se hace fuerte sino a través de la bravura. El toreo, tal y como lo entiende gente como Joselito o José Tomás, es una escuela de valores sujeta a unos códigos éticos. Y la bravura es uno de ellos, quizá el fundamental. Hablando del animal, el ganadero Álvaro Núñez del Cuvillo decía el otro día: “el toro bravo es fijo, y es esa fijeza la que le hace noble”. Noble, no tonto ni domesticado, como subrayaron los ganaderos reunidos en el último congreso mundial del toro celebrado en las islas Azores.
Ahora es necesario ganar la acción. Una máxima muy taurina, aplicable a muchos aspectos de la vida. Los toreros han iniciado una serie de reuniones con representantes políticos que piensan proseguir en todas y cada una de la comunidades autónomas interesadas; se han reunido también con la directiva de la Televisión Española para reclamar la difusión de un mínimo de festejos al año, apostando incluso por ceder sus derechos de imagen. La Mesa del Toro, El Juli, Ponce, Morante, José Tomás, Perera y Cayetano, entre otros diestros, se han puesto manos a la obra. Al margen de sus diferencias con los toreros, los empresarios han convenido con estos la necesidad de unión y que el Ministerio de Cultura es el espacio más idóneo para la defensa y porvenir de la fiesta; una fiesta que interesa también a un Ministerio del Interior que la ha amparado históricamente.
Los políticos se han retratado por fin. El toreo da más dinero público del que recibe, es parte del motor de nuestra economía y protege un ecosistema que abarca más de 500.000 hectáreas. Comunidades autónomas, Gobierno y oposición, Hacienda, Medio-Ambiente, Fomento, Turismo… son muchos los frentes abiertos en los que hay que actuar.
La prensa especializada crea opinión haciendo un seguimiento exhaustivo de la temporada. El Mundo, Abc, La Razón y los periódicos de provincias informan sobre la fiesta. Los medios generalistas vuelven a dar al segundo espectáculo de masas en España el protagonismo que merece. Televisión Española y las cadenas autonómicas de Andalucía, Madrid, Extremadura, Levante, Castilla y León o Castilla-La Mancha cuentan con programas de toros. Hasta en Dinamarca publican y agotan libros de toros. Por eso, por encima de cualquier apología de la buena voluntad, para salir de ese hermetismo y secretismo que caracteriza al mundo del toro -en particular a su patronal, todo hay que decirlo-, es necesario comunicar un discurso consensuado y coherente.
Para no comportarnos como fieras enjauladas, ni como hormigas peleadas unas contra otras en un caos manejado por otros, a la experiencia práctica debe sumarse un conocimiento teórico y un posicionamiento ético que legitime, con bravura y sin cinismo, su praxis. La intolerancia y el desconocimiento sólo llevan a acciones bárbaras, como la de esos vándalos que han arrasado en Tarragona la ganadería brava de Rogelio Martí. ¿Pensando en los animales? ¡Qué incultura!
Texto: Carlos Arévalo Nonclercq
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