Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h
Los cristianos, además de alabar, agradecer y bendecir a Dios por sus obras magníficas, por su grandeza y salvación, tenemos también la recomendación del Señor de presentarle nuestras suplicas por las necesidades del mundo, de la Iglesia y de nuestros semejantes: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”. Con la oración de petición expresamos nuestra total confianza en el poder de Dios y mostramos la profunda convicción de que Él está actuando siempre a favor nuestro y para nuestro bien. SIGUE
Al suplicar la ayuda de Dios, le presentamos con sencillez y confianza nuestras necesidades, ponemos al descubierto nuestras limitaciones y le mostramos nuestra impotencia.
Como nos recuerda la Sagrada Escritura, Dios siempre escucha nuestras súplicas y conoce nuestras necesidades antes incluso de que nosotros se las presentemos. Pero, en ocasiones, algunos cristianos se lamentan de que Dios no les concede lo que piden. Es más, al no obtener lo que deseaban alcanzar, se han alejado de Dios o han abandonado la oración. Estos hermanos olvidan que, cuando no se recibe aquello que se pide en la oración, puede ser debido a que se pide de forma rutinaria, no conviene lo que se pide o, como reconoce el apóstol Santiago, “se pide mal” (St. 2, 3).
En nuestros días, no resulta difícil encontrarse con bautizados que, debido a una formación cristiana deficiente, no dudan en poner la omnipotencia y el poder de Dios al servicio de sus deseos e intereses personales. Quienes viven de una “religión a la carta” suelen presentarse ante Dios con la exigencia de que intervenga a favor de sus deseos. El verdadero creyente, por el contrario, sabe que en la oración y en cada momento de la existencia ha de anteponer siempre la voluntad de Dios a la propia, como hizo el mismo Jesús en su oración al Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya”.
Los cristianos, ante todo, oramos a Dios para descubrir su amor, para acogerlo como Señor de nuestras vidas y para descubrir su voluntad, pero no para intentar manipularlo poniéndolo a nuestro servicio o pidiéndole cosas que pueden ser el fruto de nuestros egoísmos personales. Dios no cambia con nuestros deseos ni nuestras peticiones le enriquecen. Somos nosotros los que tenemos necesidad de cambiar y convertirnos a Él y a sus enseñanzas para vivir en su amistad y para ser verdaderos discípulos.
Además, antes de elevar nuestra súplica a Dios, deberíamos escuchar lo que Él nos dice, pues la vida cristiana no consiste tanto en oír de Dios lo que nos agrada, sino en hacer aquello que nos pide. San Agustín, en el libro de las Confesiones, se dirige a Dios, diciendo: “Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Oportuno servicio tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que el quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare”. Que el Señor nos enseñe a pedir y a escuchar.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara