Las codornices de Romanones

Solía el Conde veranear en su residencia seguntina de La Alameda , debido, sin duda, a los placeres que esta pequeña ciudad otorgaba a todos sus ilustres veraneantes; una atmósfera limpia, unas aguas sanadoras dignas del balneario de Mondáriz, surgiendo una pequeña aristocracia parecida a la existente en los veraneos en San Sebastián.

Todo esto se unía a una de las mayores pasiones del Conde, la caza. Cuenta en sus memorias “Que después de la política, la caza, ha tenido mayor lugar en mi ánimo, embargando mis días”. Dentro de su pasión cinegética su favorita era la caza de la codorniz a muestra de perro, y como él señalaba: “Son las vegas de Sigüenza y sus alrededores, las más atractivas de toda España para la avecilla africana”. Solía el Conde salir a primera hora de la mañana con una pequeña calesa, con destino a las vegas de Jodra del Pinar y de La Olmeda, dos de sus destinos preferidos para la caza de esta ave. Tal era el afán de Don Álvaro por esta ave que era el elegido para abrir la temporada de la codorniz, y digo que era él, porque sólo era él.

Multitud eran las quejas que los vecinos remitían al consistorio doncelino, debido a que el Conde acababa con todas las codornices antes de que se levantase la veda. Rápidamente se corrió la voz de estos hechos por toda España. El semanario Radical El Fusil, realizó una acida crítica ante esta pasión del conde: “¡Pero si aún no ha acabado la veda! ¡Si aún no están levantadas las cosechas! , ¡No importa! ¡Por debajo de la pierna mala se pasa el conde las leyes! Como que con esa pierna tiene el conde derecho de pernada sobre las codornices de la provincia. Él las estrena”. Qué pena que en esos tiempos no existiera un Diego Moreno, el mejor guarda forestal que ha tenido Sigüenza hasta la fecha…

Para acabar con el capítulo cinegético, cabe darles a ustedes también a conocer la desgracia que en anécdota quedó sobre el accidente que sufrió el coche correo de Sigüenza a Atienza el 3 de agosto del año 1915. La causa, como relatan las crónicas de la época, fue debida “a que los caballos del referido coche, se espantaron del automóvil del Señor Conde de Romanones que iba a Atienza a cazar aquellas vegas, y que no presto ningún auxilio pues desapareció a gran velocidad”.

Muchas son las anécdotas de este personaje que, si en unos levanta pasiones, en otros son resquemores. Pero no cabe duda que sería muy difícil entender nuestra provincia sin el Conde de Romanones.

José Luis Alguacil Rojo