Vaya por delante que no soy fumador. Entre los vicios que tengo no aparece el del tabaco. Aun así, tengo una opinión bastante dividida sobre la nueva ley que tantas críticas y alabanzas está recibiendo. Y por mucho que se contrapongan ventajas e inconvenientes de la polémica norma, a usted, querido lector, nada ni nadie le va a hacer cambiar su sufrida opinión.
Por eso, me quedo con varias situaciones que hay que colocar dentro de lo esperpéntico. Cito algunos ejemplos. Viernes de Cocido Taurino. Medio centenar de aficionados a la Fiesta se reúnen en el Tendido Alto, restaurante que fundó el siempre recordado “Fede”. En la sobremesa muchos fumadores salen a la calle. Pero hay un problema: estamos dentro de un parque con zonas infantiles, aunque en ese momento no haya ningún niño. ¿Dónde mandamos a los fumadores? Acaba la charla taurina y un grupo bajamos al mesón del zoo a echar una partida de mus. Entre juego y juego, los fumadores salen fuera pero es un lugar donde la mayoría de visitantes son niños. Tampoco hay ninguno a esas horas. ¿Llevamos a los fumadores a la jaula de los monos o a la tapia del cementerio? Apuramos la jornada en el Bar Castilla, transformado por Juanmi en un templo de exaltación alcarreña, donde nunca falta una cerveza bien fría y una sonrisa amable. Este establecimiento está frente a un centro de salud. Como en el resto de bares, desde el día 2 de enero, aquí también se fuma en la puerta. ¿Qué hacemos con ellos? Decía Aristóteles que “la virtud es el punto medio entre dos vicios opuestos: el del exceso y del defecto”. Aquí se han quedado muy lejos de alcanzarla. ◆