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ESPAÑA BRAVA

Miedo y bravura. El alma del dinero

Miedo y bravura. El alma del dinero

Los toreros, los ganaderos, las empresas taurinas, todos se enfrentan unos contra otros. El temor provocado por la crisis económica se extiende como una mancha de aceite

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h

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Cuando empezaron las reuniones entre toreros para promover el traslado de competencias de su sector desde el Ministerio del Interior al de Cultura, las figuras coincidieron en la fuerza que su unión podría ejercer frente a las empresas. Las más sólidas acordaron entonces estudiar estrategias para enfrentar las nuevas pretensiones -económicas, claro- de los toreros. Algunos ganaderos denuncian por su parte un dumping empresarial que los puede llevar a la ruina. Hay empresas que compran a bajo precio camadas enteras para revenderlas o lidiarlas en sus plazas. Los lobbys agrícolas disparan el precio de los cereales y los duplican. La liberalización de los mercados financieros provoca una especulación sin control que arrastra a una crisis sin precedentes y los mal llamados “efectos colaterales” se ceban sobre la población y sobre todo lo que se pone a su alcance. Los ayuntamientos, empobrecidos desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, defienden unos pliegos de adjudicación de plazas inviables para las empresas.

La última reunión de los toreros con la presidenta de la Comunidad de Madrid y su vicepresidente era todos sonrisas y fotos. Hasta que los toreros nombraron a la bicha, sugiriendo una rebaja en el cuantioso canon que esta cobra cada año a la empresa de Las Ventas en perjuicio de sus honorarios. Dinero, dinero, dinero… especula, especula, que el miedo ayuda. El espectador-cliente asiste asustado a este baile de máscaras. A los toros irá cuando pueda, porque en la tele, si no pagas, no te los dejan ver. Mientras los gigantes de la red y de la informática ven como sus milmillonarias cotizaciones se disparan en bolsa, el fútbol lo verá en la caja tonta. El cine, la música o los libros, los roba por internet. Porque cuando no hay, no hay. El enriquecimiento de unos pocos empobrece a muchos. Y mientras se devoran unos a otros, José Tomás recorre cuarenta kilómetros diarios en bicicleta. ¿En qué pensará?

El instinto, el alma, la política y la bravura
El instinto de supervivencia es el primero de los instintos. Provoca una reacción de temor que anima a la acción y ha impreso un orden determinante en la evolución de la tierra y sus distintas formas de vida desde hace 4.600 millones de años. El miedo ha sido siempre, y es hoy más que nunca, la clave de las relaciones animales y humanas. Confrontándonos a él podemos sacar lo mejor de nuestro ser: su alma. Ese soplo vital recibido de Dios del que hablaba Juan Pablo II, instándonos a respetarnos los unos a los otros. Desde la inteligencia, el saber y la confianza que dan el estudio, la experiencia y el conocimiento mutuo, podemos sublimar nuestro miedo y convertirlo en arte. Como dice El Glison, un conocido torero y aventurero mejicano: “gracias al alma, el hombre es capaz de expresar sentimientos, emociones y pensamientos libres”. Gracias a ella podemos crear una espiral de fuerza positiva.

Por eso -muchos- valoramos a aquellos que piensan y se expresan con serenidad y franqueza en la cara del toro. Mucho más que el sí pero no pero sí de Zapatero y la hipocresía del común de la clase política. Y también elogiamos -algunos- la decidida y entregada acometida del animal que responde con fiereza, con casta que no con genio, a su envite. A ese valor sereno, cuando es noble y constante hasta el último aliento, lo llamamos bravura. En el ser humano y en el animal.

En las corridas de toros, el toreo pone en escena y busca respuestas a esos instintos y miedos, permitiéndonos confrontarnos a ellos, sentirlos y pensarlos desde nuestra privilegiada posición de espectadores. Si queremos -y nos dejan-, podemos vivirlos con emoción a través de nuestras pulsiones vitales, e interpretar aquellas, desde la razón, como se nos antoje. De una manera u otra, nos sirven par conocernos a nosotros mismos.

Puede que algunos nos quieran hacer creer que, con la que está cayendo, hablar del alma, del arte y de los toros sea una herejía. Pero debemos defendernos en todos los órdenes de los abusos de poder y enfrentar nuestros miedos. Porque cuando estos se exacerban sólo conducen a la parálisis, a la huida, al caos y a una espiral de violencia absurda y brutal.

El ansia de poder: el dinero
A río revuelto, ganancia de pescadores. El miedo alimenta el ansia de poder y el poder se alimenta del miedo. Sus voluntades hegemónicas han corrido paralelas a lo largo de la historia. La lista de imperios de los cinco continentes dan fe de ello. Asia y Europa se llevan la palma. Pero tampoco se libran África ni América. Ni siquiera Oceanía. Cartagineses, egipcios, etíopes, incas, mayas, aztecas, españoles, alemanes, americanos, chinos, ingleses o franceses; todos contra todos por una misma causa. Sus reyes o caudillos -llámese como se quiera-, no han dudado en adaptar los postulados de Cristo, Buda o Mahoma para justificar sus acciones bélicas.

Ahora nuestro “ejemplos” son otros. Reyes y dioses, como Goldman Sachs, que se esconden tras opacas y complejas redes. O las compran (Face Book -500 millones de identidades “privadas”, hace cuatro días). Los avances de la ciencia y la tecnología, los transportes y las comunicaciones han creado un escenario global que debería abrirnos puertas de comunicación y progreso. Pero este se convierte en un cerco asfixiante cuando el paradigma sigue siendo el mismo: el poder. Y el dinero como su representación máxima.

Atenazados por el miedo, el mercado se alza como filosofía y ley. Y el dinero es elevado a la categoría de dios omnipotente. Cada vez más lejos de la tierra y su orden natural, el ocio y la cultura se rebajan a la etiqueta de productos consumibles o pasatiempos. Por eso el público de provincias y el de los pueblos paladea mejor y con mayor sensibilidad el toreo.

El toreo y la actualidad
El mundo del toro, este que algunos consideran tan arcaico y distante de la realidad de nuestro tiempo no lo es en absoluto. Ni siquiera puede abstraerse de esa corriente que nos lleva a hablar más de lo que gana un torero, un empresario, un político, un maestro o un obrero, que de lo que hace. Y, desgraciadamente, muchos toreros parecen contagiados por esta psicosis: “contigo no toreo, este gana equis más que yo, fulano me ha dicho, el otro me ha vetado y tú eres su amigo y no te hablo”. Para las empresas confeccionar un cartel se está convirtiendo en un auténtico calvario. ¡Qué latazo!
Por eso tengo ganas de ver torear a Padilla y a José Tomás. ¡Fíjense qué pareja! A Aguilar y a Barrera. Con victorinos y cuvillos o viceversa. En Sevilla, en Madrid o en Bilbao. Y no me importa lo que gane el uno y el otro. Me importa la bravura.

Texto: Carlos Arévalo Nonclercq
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