El millón maldito de Rocío Jurado
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h
Rocío Jurado quiso dejar todo cerrado cuando comprendió que había perdido la batalla contra el cáncer de páncreas aquel junio de 2006. SIGUE
Lo último que deseaba era ver cómo su familia se enfrentaba para repartirse su legado, que se cifró en siete millones de euros. Para ello, meses antes de fallecer, se reunió con su abogada para fijar la adjudicación de sus numerosas propiedades entre sus seres queridos, procurando no dejar desamparado a nadie en su última voluntad. Ahora, siete años después, su herencia vuelve a ser noticia tras conocerse la encarcelación preventiva de su hijo José Fernando, acusado de robo con violencia y pertenencia a un grupo criminal. Muchos son los que consideran que el millón de euros que recibió el joven como herencia le perjudicó más de lo que le benefició, dada su falta de motivación hacia los estudios o el trabajo, las malas compañías que frecuenta en Castilblanco y los caros hobbies que posee, entre los que se encuentran los prostíbulos y las noches de fiesta con sus amigos, en las que no tiene reparos en ‘quemar’ la tarjeta con ellos.
La gran voz de España quiso beneficiar por encima de todos a su primogénita, Rocío Carrasco, nombrándola su heredera universal. A Rociíto le correspondía todo el patrimonio musical de su madre, así como sus pertenencias personales y profesionales: vestidos, atrezzo artístico, joyas, mobiliario, etcétera. También heredó varias propiedades, como el apartamento que poseía en Miami y la finca de Chipiona, El Administrador, donde la cantante cimentó su familia con el boxeador Pedro Carrasco y que es conocida por sus rentables cultivos vid y oliva.
Los bienes que pasaron a ser propiedad de Rocío Carrasco tras la muerte de su madre no se quedaban ahí y también se repartió con sus hermanos adoptivos, José Fernando y Gloria Camila, la mansión que la artista poseía en la madrileña urbanización de La Moraleja. La última voluntad de la cantante era que esta propiedad fuese vendida en un plazo máximo de dos años. Finalmente este chalet fue vendido por tres millones de euros y se repartió entre los hermanos, en tres partes. Esto iría a parte de la legítima que le correspondería a los menores y de la que harán uso si desean cuando cumplan los 25 de edad, mientras que el dinero logrado por la venta de La Moraleja podría ser suyo al acceder a la mayoría de edad.
Como por aquel entonces los hijos adoptivos de Rocío Jurado y José Ortega Cano eran menores de edad, se acordó que el torero guardase en un depósito el dinero a la espera de que cumpliesen los 18 años. Hace dos años que José Fernando accedió a la mayoría de edad y, con ello, podía disponer del millón de euros que su madre le había dejado en herencia, pero su fracaso en los estudios y su falta de motivación a la hora de encaminar su futuro laboral obligó al diestro a retrasar esa cesión. Esto supuso el inicio de una enemistad entre padre e hijo que a punto estuvo de enfrentarles en los tribunales. José Fernando llegó a reunirse con sus abogados para reclamar lo que consideraba suyo y Ortega Cano no tuvo más remedio que dejar que su problemático vástago accediese a su herencia a sabiendas del mal uso que daría de ella. El joven prometió invertir el dinero en un negocio que pensaba abrir junto a su primo Eugenio. EL torero no se equivocaba y el dinero fue menguando alarmantemente con el paso de los meses.
Rocío Jurado pensó en todos antes de marcharse
Todos, a excepción de su marido, José Ortega Cano, recibieron una parte del pastel que se valoró en siete millones de euros. Rocío Jurado dejó fuera a su compañero sentimental porque entendía que sería el más independiente económicamente cuando ella faltase. La finca de La Yerbabuena pasó a ser de su propiedad porque ambos figuraban en las escrituras, como así ocurrió también con la ganadería que ambos adquirieron para asegurar su jubilación, entre otras muchas inversiones.
La herencia no sólo benefició a sus tres hijos, aunque Rocío Carrasco salió claramente beneficiada. La cantante también pensó en sus hermanos y sus sobrinos a la hora de repartir sus bienes antes de fallecer y lo hizo con el firme convencimiento de que su acción evitaría un posible enfrentamiento entre sus seres queridos. Se equivocó y surgieron numerosos frentes disconformes que consideraban que les correspondía algo más de lo que finalmente se les legó. Amador y Gloria Mohedano compartirían propiedad en la finca Los Naranjo, mientras que ella se quedaba también con la casa de Chipiona Mi Abuela y él se hacía con una nave industrial en el madrileño municipio de San Sebastián de los Reyes. Incluso el secretario personal, Juan de la Rosa, que durante años asesoró a la artista, reflejaba entre los grandes beneficiados de la herencia, que con el paso de los meses pasó a ir acompañada del calificativo de “polémica” dada las trifulcas familiares que trajo su lectura.