JOSÉ LUIS BARBERÍA .- Ha llegado el momento de Alfredo Pérez Rubalcaba. El político más experimentado del Gobierno, superviviente de todo tipo de crisis, derrotas y victorias, es ahora el candidato del PSOE a la presidencia. Este es su retrato íntimo. Como hombre y político. Hace 43 años, la joven promesa del atletismo español Alfredo Pérez Rubalcaba se derrumbaba sobre la hierba del estadio Vallehermoso, en Madrid, y rompía a llorar desconsolado, consciente de que la grave lesión que acababa de sufrir truncaba su carrera de velocista. Tras descubrir que podía vivir sin el sostén religioso, aquel chico observador, inquieto y despierto se había enganchado al atletismo y andaba envenenado, dice él, con la idea obsesiva de batir el récord de los 100 metros. Al año siguiente se metió en política, escandalizado por la noticia de que su compañero de colegio Enrique Ruano se había precipitado al vacío desde un séptimo piso de Madrid mientras estaba detenido por la Brigada Político-Social franquista. SIGUE
El recurrente número dos socialista, pieza imprescindible de sus Gobiernos y superviviente excepcional de las crisis y derrotas, sale ahora del segundo plano y salta a la arena para librar con Mariano Rajoy el combate de jefes que decidirá el Gobierno de España y el futuro de su partido. Designado por aclamación candidato del PSOE, el vicepresidente primero y ministro del Interior se dispone a llenar el hueco dejado por Zapatero. La derecha teme a este hombre, incluso en momentos como el presente en el que las siglas PSOE parecen un boleto seguro perdedor, y a la extrema derecha le descompone el mero enunciado de su nombre.
"Príncipe de las tinieblas", "príncipe de las cloacas", "Maquiavelo", "inductor de la masacre del 11-M", "cerebro en la sombra de los indignados", son algunos de los títulos que le dispensan esos medios habituados a disparatar desde la trinchera patriotera de las cosas siempre claras y el enemigo a la vista. Vienen a decir que la perversa rueda de la maldad y el engaño socialistas sobre la que gira la política española se pone en marcha todas las mañanas cuando Pérez Rubalcaba, tan madrugador él, se levanta de la cama y echa un vistazo a los periódicos. Pero ¿quién es en realidad este político que tras haber ejercido de casi todo - portavoz gubernamental, ministro de Educación y de la Presidencia con Felipe González, portavoz del grupo parlamentario, ministro del Interior y vicepresidente con Zapatero- continúa en las altas cotas de popularidad sostenido por su reputación de profesional inteligente, trabajador y muy capaz?
"Hasta ahora he sido para vosotros Rubalcaba, pero de ahora en adelante quiero ser Alfredo", les dice a los afiliados en esta su primera ronda de presentación por las agrupaciones socialistas que conlleva la lectura terapéutica en grupo de la debacle electoral del 22-M y un empujón anímico de los decaídos ánimos militantes. "¿Que quién es Rubalcaba? Pues un tipo muy listo, un pájaro político de cuidado, un jugador de mus calculador que te cuenta lo que quiere y te saca lo que le interesa", afirma una antigua correligionaria que, pese a sus discrepancias, sigue guardándole cariño. "En la campaña de las presidenciales de 2000 me adelantó que Joaquín Almunia no tenía ninguna posibilidad porque para ganar, decía, antes hay que conseguir que la gente te llame por tu nombre. Me hizo ver que mientras a Felipe González los nuestros le llamaban Felipe, a Almunia casi nadie le llamaba Joaquín".
Su antiguo entrenador de atletismo, Virgilio González Barbeitos, detecta estos días en el candidato socialista la tensión y alegría competitivas con que de joven acometía las grandes pruebas y sus intentos de bajar de los 11 segundos en los 100 metros. "Si se me acepta el símil deportivo, creo que él está ya para arrancar", apunta. Puede, aunque el periodista que se reúne con el ministro en la sede de Interior, en Madrid, le situaría más bien en la antesala de la carrera, en los interminables 20 minutos previos al pistoletazo de salida, cuando el velocista nota el hormigueo en el estómago y lucha contra la oleada de angustia. El candidato estaría ahora así: calentando y estirando los músculos, ensayando la arrancada, aspirando el aire a bocanadas.
¿Hará una salida explosiva y sostenida tipo darlo todo hasta reventar o dosificará para no entrar muerto en el infierno de los últimos 20 metros? "Aunque salgas a toda pastilla, siempre tienes que dosificar, porque es en ese último tramo donde se pierden las carreras. Los 100 metros son muy largos, y también en política ocho meses es mucho, todo puede cambiar en ese tiempo", indica con una media sonrisa, pantalón vaquero, camisa desabrochada y expresión relajada, compatible, por lo visto, con cierto desasosiego interior porque asegura que las entrevistas escritas le inquietan. Resulta una declaración bien extraña, conocida su facilidad de palabra, pero se comprende si se tiene en cuenta que buena parte de la capacidad comunicativa de este hombre descansa en el lenguaje corporal, en los gestos envolventes, algo hipnóticos, de sus manos, en las expresiones faciales, el juego de señales de los ojos y el énfasis verbal que le permite enfocar e iluminar donde quiere. Es verdad que la ironía, su arma dialéctica preferida, corre en el texto un riesgo mayor de ser mal interpretada. Acostumbrado a redactar y a dictar, teme que la versión resultante de la síntesis periodística no sea la que él habría realizado. Eso explica que solo haya dado una entrevista como ministro del Interior.
Hay un olor familiar alojado en el sucedáneo de hogar que Rubalcaba ha recreado dentro del edificio ministerial con su equipamiento básico de biblioteca, aparato de música, gran pantalla de televisión (los deportes) y sillón favorito. Es un efluvio poderoso y penetrante, pero no a azufre, sino a puro habano. En un momento de la charla, previa consulta, el candidato presidencial se enciende un puro de vitola media y, por momentos, sin dejar de alimentar la conversación, entorna placenteramente los ojos, como si se dejara mecer en las aromatizadas volutas del tabaco y la vigorosa pieza sinfónica que se expande por la tenue atmósfera del salón.
Le pregunto qué escenas se le vienen a la cabeza cuando piensa en su infancia. "La de mi padre que deja la gorra de piloto de Iberia en el perchero cuando llega a casa y, luego, los viajes de vacaciones de Madrid a Cantabria con mis cuatro hermanos, padres y abuelos. No he olvidado la escena en la que el director del colegio me pregunta en su despacho cuántas plumas tiene una gallina y yo le contesto que muchas".
Alfredo Pérez Rubalcaba (28 de julio de 1951, Solares, Cantabria) fue un estudiante brillante (remató sus estudios con el Premio Extraordinario Doctorado en Ciencias Químicas) y un niño tan bueno y religioso que en los veranos se levantaba a las siete de la mañana para ayudar a misa en el convento de las Carmelitas Descalzas de El Escorial.
"Eran monjas de clausura, pero el otro monaguillo, creo que se llamaba Santi, y yo las veíamos cuando iban a comulgar. Jugábamos a ponerles cara a sus voces y un día se nos ocurrió colarnos en el torno del convento para ver a la monja de una voz muy dulce que atendía aquellos días. Santi se metió el primero, yo lo hice girar, pero él dio la vuelta sin haber visto a nadie. Luego me tocó a mí y yo me encontré ante una monja horrorizada que exclamaba: '¡Qué malos, qué malos sois!'. Nunca habríamos acertado con su cara porque, pese a aquella voz angelical, era la mayor del convento". Rubalcaba mantiene una relación cordial, pacífica, con su infancia y con la religión. Siempre ha apreciado que la dirección del colegio del Pilar de Madrid, donde estudió, le autorizara a no asistir a misa cuando, a los 16 años, el eterno delegado de clase que él era entró en crisis de fe.
"A los 16 años empecé a engancharme al atletismo. Entrenaba todas las tardes con Manuel Pascua Piqueras y el 1 de mayo de 1968 hice 11,1 segundos en una pista de ceniza y lloviendo. Eso significaba que podría correr los 100 metros en 10,7 o 10,8 segundos, pero entonces llegó la lesión. Fue aquí, en Madrid, en el estadio Vallehermoso, en pista de tartán. Nos habían dado mal la hora de competición y solo pudimos calentar 10 minutos. Tuve una rotura fibrilar muy grave que me mantuvo un año sin correr porque mis padres se opusieron a que me operara".
- ¿Todavía le duele?
- Estuve media hora llorando sobre el verde. Luego volví a correr y entrené con Virgilio González, pero ya no era lo mismo aunque llegué a hacer 10,9. No conseguí curarme del todo.
- Si hubiera estado en su mano, ¿habría preferido ser campeón de 100 metros o ministro?
- Continuar en el atletismo habría sido seguramente perjudicial para mí porque estaba obsesionado, envenenado, con correr y es probable que no hubiera llegado mucho más lejos.
En su gran prueba por la presidencia de España, Rubalcaba compite con un lastre a la espalda de 13 puntos, el porcentaje en intención de voto que media entre su partido y el PP, mientras su contrincante corre libre de cargas y con el viento a favor de los últimos comicios. Aunque no lo explicita -el temor a que las palabras queden atrapadas en el texto y sean utilizadas como señal de derrotismo-, es consciente de que sus posibilidades son escasas por mucho que acierte en la táctica y grande que sea la confianza en sí mismo.
- Con los resultados de las últimas elecciones en las manos podría decirse, desapasionadamente, que ustedes tienen poco que hacer.
- Pero esta vez la disputa no va a estar tanto entre el PSOE y el PP. Se planteará en otros términos porque ahora la gente se encuentra hondamente preocupada por su futuro y va a reflexionar sobre lo que verdaderamente le conviene. Los ciudadanos tendrán que optar entre Rajoy y Rubalcaba.
El cuerpo a cuerpo entre los dos candidatos es el terreno que el PSOE ha elegido por más propicio. Los socialistas tienen tal confianza en la brillantez oratoria y la esgrima dialéctica de su campeón, que fían buena parte de sus posibilidades al combate singular, a la justa televisiva entre estos dos líderes que tienen en común la afición a los puros, la barba y cierta socarronería. "Alfredo está en un momento de plenitud de experiencia y conocimiento. Si fortalecemos su candidatura, todo puede ocurrir", sostiene el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui. "En 1993, Felipe recuperó ocho puntos, y en 2005, Gerhard Schröeder salvó 18, aunque es verdad que aquellas elecciones federales estuvieron precedidas de grandes inundaciones en Alemania", recuerda José María Maravall, exministro de Educación. "Hay partido", aseguran también Javier Solana, ex secretario general de la OTAN y máximo representante exterior de la UE hasta hace dos años; el ex secretario de Estado para el Deporte Jaime Lissavetzky; la secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE, Elena Valenciano; la exministra de Educación Mercedes Cabrera; los diputados Eduardo Madina y Óscar López, y muchos otros de sus correligionarios. Claro que, dadas las circunstancias, la expresión "hay partido" incluye seguramente la dulce derrota y la digna capitulación.
"Creo que él sabe que tiene una misión imposible por delante, pero se presta porque es el único que puede evitar una derrota estrepitosa. Irá a dar la batalla como último servicio a su partido", opina el presidente saliente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. La idea de que solo Rubalcaba puede impedir la debacle socialista ha estado tan presente en el seno de su partido que en una de las últimas reuniones del Comité Federal, Juan Carlos Rodríguez Ibarra se sintió en la necesidad de advertir del peligro de utilizar a "Alfredo" como si fuera "un kleenex de usar y tirar". Porque si el resultado no alcanza para mantener el suelo electoral y la estructura organizativa e institucional básica, el partido al que Pérez Rubalcaba ha dedicado 37 años prescindirá de él para las grandes misiones y su ocaso político habrá llegado abruptamente.
¿Por qué este hombre extremadamente inteligente, calculador y táctico, que no da puntada sin hilo, se lanza hacia lo que parece su suicidio político? ¿Por qué no ha dejado que fuera su competidora Carme Chacón quien se estrellara en las urnas para, una vez expedito el camino, recomponer los trozos rotos y reclamar el liderazgo? Una explicación es que el candidato se siente elogiado y reconocido, se sabe la esperanza del partido y quiere aprovechar la oportunidad de hacerse con el liderazgo ahora y con la secretaría general más adelante. El muñidor de las grandes operaciones, negociador de todos los acuerdos, hombre puente entre las corrientes y los grandes egos domésticos, se habría cansado de dar la cara por otros y ahora reclama el papel estelar.
- Muchos de sus compañeros piensan que con un resultado digno usted se hará con el liderazgo del partido.
- Mi primera meta se sitúa en el día de las elecciones, pero mi proyecto político es de largo recorrido y tiene vocación de continuidad para toda la legislatura.
- A algunos les ha sorprendido que diera este paso. Pensaban que a usted le bastaba con ser el político más influyente.
- Me apetece dar el paso porque como ejercicio intelectual resulta apasionante, sobre todo por responsabilidad con mi país y con mi partido. Ahora tengo la posibilidad de ser yo mismo y de formular cosas que siempre he tenido en la cabeza pero que no he llegado a plantear. Voy a pasar de hablar en nombre del Gobierno a hacerlo en el mío propio.
- Sin embargo, usted ha estado siempre detrás de Zapatero en las grandes decisiones.
- Hemos trabajado juntos, pero somos distintos, naturalmente. Tampoco pienso hacer caso a los sociólogos que me dicen que me separe de ZP. No pienso buscar rupturas artificiales.
- ¿Se corresponsabiliza de los errores del Gobierno del que forma parte?
- Me siento responsable, claro, pero la situación que vivimos no es la de años atrás. Si no hubiéramos hecho las reformas, España estaría ahora intervenida como Grecia, Portugal e Irlanda, y eso habría sido un desastre para toda una generación de españoles.
- ¿Qué errores han cometido?
- Deberíamos haber hecho otras reformas laborales hace ocho años.
- ¿Cuáles?
- Deberíamos haber dado flexibilidad a las empresas cuando las cosas iban bien. No lo hicimos y hoy nos encontramos con que una empresa puede entrar en crisis en poco tiempo. Tenemos que hacer todo lo posible para que el despido sea la última medida que se le ocurra al empresario.
- El 20% de parados y una clase política considerada problema nacional. ¿Qué enseña el movimiento de los indignados?
- Entre otras cosas, expresa el malestar por el deterioro de la democracia, su rechazo a la corrupción y al enfrentamiento continuo entre los grandes partidos. No escucharles es de necios.
- ¿Ustedes, los políticos, son efectivamente un problema?
- Somos un problema porque se nos ve como problema y esa percepción se ha agudizado con la crisis hasta hacerse insoportable. El año pasado lo comenté con diputados del PP tras un pleno de esos de rifirrafe: ¿qué puede pensar un parado al vernos con estas trifulcas?
- Bildu ha desbordado sus previsiones.
- Yo no era partidario de que los legalizaran tan rápidamente, pero si Bildu existe es porque detuvimos a Txeroki y a otros jefes de ETA. Siempre supe que el final del terrorismo traería la recomposición nacionalista y el resurgimiento del independentismo. Después de estar ganando la guerra, lo que no podemos consentir es que nos ganen la paz. No debemos admitir que ellos reescriban la historia; ahí hay que dar la batalla.
- ¿Cómo se pasa de número dos a número uno?
- En mi vida he escrito discursos para mucha gente, he ayudado a confeccionar programas electorales y a diseñar campañas. Ahora voy a convertirme en negro de mí mismo [risas] y eso me resulta una aventura personal e intelectual muy atractiva porque, en última instancia, yo no dejo de ser profesor.
- ¿El secreto de hacerse imprescindible?
- El cementerio está lleno de imprescindibles.
Profesor, político, químico (en 1982 fue seleccionado por Diario 16 entre los 10 investigadores más prometedores) y atleta (subcampeón de España de 100 metros), Rubalcaba es un personaje complejo y brillante, poliédrico y polivalente. Puede disertar con propiedad sobre el plan energético, la biotecnología o la contracción fiscal, con la ventaja añadida de que, devorador de libros y estudioso impenitente como es, mantiene viva la curiosidad y las ganas de aprender. Es su oratoria netamente didáctica, a la que jamás renuncia, como si no acabara de abandonar el aula universitaria, y el empleo sistemático de la lógica, derivado de su formación científica, lo que le permite sacar a relucir las contradicciones del adversario y mantener su popularidad. De hecho, según ha indicado a sus íntimos, el puesto en el que se ha encontrado más cómodo y reconocido es el de portavoz del grupo parlamentario, aunque siempre se ha sentido ministro de Educación.
Pero su peso dentro del Ejecutivo es fruto de la disposición a remangarse el primero y meterse en faena, de su aptitud para gestionar los problemas y construir, incluso con retales, un relato de la acción gubernamental. Rubalcaba tiene resortes en esferas bien diversas de la sociedad, sabe tocar las teclas apropiadas de los poderes y se maneja con soltura en los entresijos mediáticos. No es un intelectual ni un teórico, no se le conocen escritos reveladores de un pensamiento político profundo, pero nadie como él para desbaratar los frentes del adversario. Es vivo, rápido, desprende empatía y conoce y sabe tratar a la gente. Algo tiene, y no debe de ser su físico, que le permite sintonizar con una parte del universo femenino porque es poco habitual que actrices como Maribel Verdú y Loles León y algunas periodistas hayan declarado de forma espontánea que a ellas Rubalcaba les "pone".
Frente a otras voces femeninas que no le reconocen otro atractivo que el que emite "el lado oscuro", la exministra de Educación Mercedes Cabrera, conocida de "Alfredo" desde los tiempos de la Universidad, está convencida de que ese gancho con las mujeres existe. ¿Es ese estilo entre cínico y sensible, duro, inteligente y divertido, propio de los personajes de la novela negra, que el candidato tan bien cultiva? "Creo que es el reconocimiento del talento, del análisis racional de los problemas, de su capacidad de convicción, su oratoria parlamentaria deslumbrante. No es frecuente encontrar en la política un tipo tan inteligente, pero es que además él es seductor, le gusta suscitar atracción, busca complicidades, hace guiños y nunca deja un mensaje de móvil por contestar", subraya. -