El Escondite de Natalia
Noche gitana
lunes 13 de julio de 2015, 11:35h
Noche gitana
Destellos de plata que desprendía la pequeña bola de cristal, se reflejaban en sus ojos negros, mientras pasaba las manos, acariciándola, sin apenas rozarla.
Sus pupilas se confundían con la noche, repleta de estrellas y magia, llena de brillante oscuridad.
Hipnotizada, hablaba en un idioma que solamente ella entendía. Transportada al mundo de las ánimas, su boca contaba todo lo que ellas querían.
Una larga melena le cubría los pechos, que se movían bailando al son de su cada vez más agitado corazón.
Viendo cómo temblaba poseída, sintió miedo por unos segundos, pero rechazó la repentina necesidad de salir corriendo y escapar, seducido por su boca carmesí.
Volvió con él después de unos eternos minutos y lo miró fijamente. Nunca nadie lo había mirado así, y supo que sólo ella era capaz de conocer su alma.
Fue entonces cuando se enamoró irremediablemente y para siempre.
Dejó de escuchar lo que le tenía que contar. Las palabras se diluían, perdiéndose en el aire.
Repentinamente, olvidó lo que había ido a averiguar. El pasado ahora carecía de importancia. Y el futuro, sólo tenía sentido con ella.
Volvió cada día para preguntar por un destino ya dibujado, y ella sonreía feliz y divertida, viéndose a sí misma entre sus cartas, contemplando su propio reflejo en la bola de sus sueños.
Esa noche, el viento golpeaba incesante la ventana. Los espíritus alborotados aprovechaban la tormenta para hablar más alto.
Se llevó las manos a los oídos y arrugó los labios para acallarlos. Decidido a no esperar más, llegó a la misma hora de siempre mojado por una repentina y loca lluvia de primavera.
Se quitó el pañuelo que le cubría el cabello para secarlo y él la acarició los labios que entreabiertos, dejaron escapar un leve jadeo.
La abrazó mientras con la lengua buscaba la piel de su cuello, ella cerró los ojos y sin moverse, comenzaron a andar juntos un camino ya trazado de antemano por los dioses.
Laberintos de deseo los perdieron para siempre.
Voces del Olimpo llegaban a sus oídos, susurros del otro mundo llenaban su mente.
Pero ella por primera vez los ignoraba. La llama de la pasión ya había prendido su corazón, convirtiéndolo en una hoguera inextinguible.
De la mano lo llevó a la bañera que llenó, entre risas y besos, de lavanda y miel. El agua ardía despidiendo vapores que formaban nubes celestiales.
Pensó que quizás estaba muerto y ella era un ángel que lo había llevado de la mano al firmamento. Sin embargo, nunca se había sentido tan vivo.
Se desnudaron mutuamente, ansiosos por lo que estaba por llegar. El, mojando sus manos con jabón de azahar, frotó delicadamente su sexo, mientras ella de pie en la bañera, echaba la cabeza hacia atrás dejándose mimar.
Su vagina se abrió dilatada por el placer, reclamando atención. Un temblor recorrió su piel cuando invadió con los dedos su cuerpo para acariciarla por dentro.
Se tumbaron juntos en la pequeña bañera y jugando con el agua, se tocaron consolándose, se chuparon y lamieron regalándose la justa recompensa por tanto tiempo de elegida soledad.
Corrientes casi eléctricas formaban olas en el agua. Olas que mecían sus cuerpos, despertando sus almas hasta entonces dormidas.
Sentada encima, seguía el ritmo del agua para dejar que él la llenara, ocupando un hueco que hasta ese momento permanecía vacío.
Virgen pero gitana empujó y empujó hasta que él llego gritando ahogadamente su nombre.
Una cruz de navajas de amor llenaba el aire y chirriando alto acallaron las voces del otro mundo.
Recibió su blanca esencia, susurrando un conjuro de amor eterno, para irse al mismo tiempo y tocar junto a él el cielo.
Se quedaron dormidos abrazados, sin reparar en la estrechez de la pequeña bañera.
Sus cuerpos ocupaban el universo entero, sus almas lo desbordaban.
Pasaron las horas como si fueran segundos, pero el agua no se enfrió, el calor de sus cuerpos la templaba.
Las olas se habían convertido en una suave marea que acunaba sus sueños, la pequeña bañera, en un templo donde los dioses transformados en humanos, se contagiaban de los placeres de la carne y jugaban y reían hasta que el sol, derrotando a la noche, salió convirtiendo los sueños en pensamientos, transformando la locura en cordura y el misterio, en deslumbradora luz.
Despertó con el día y le acarició el cabello, negro, ondulado y calé.
Acercó la boca a su oído, ignorando las voces que desde otra dimensión invadían los suyos, y susurró suavemente: te amo, mi gitano, te amo....