Con motivo del septuagésimo aniversario de la publicación del libro y del centenario del nacimiento del premio Nobel español, los alumnos Centro de Educación de Personas Adultas de Guadalajara visitaron las principales localidades del recorrido, entre ellas el Jardín de la Alcarria
Los alumnos realizaron además diferentes actividades, coordinándose en tres grupos distintos de trabajo: por un lado, varios de ellos realizaron una nueva narración del Viaje a la Alcarria, plasmando en negro sobre blanco sus emociones durante las visitas; otros elaboraron dibujos de los rincones con mayor encanto de los municipios por los que transcurrieron; el resto, elaboró un proyecto de emprendimiento turístico, Turismo infantil en la Alcarria, con la colaboración de los alumnos del ciclo formativo de grado superior de educación infantil, tratando de ver las posibilidades de desarrollo de estos municipios a nivel turístico.
A continuación, tse transcribe parte del relato de la visita al municipio:
“El miércoles 4 de mayo, sesenta alumnos del centro de educación de adultos, con sus profesores, recorrieron las calles de Brihuega. Tuvimos la suerte de contar con el apoyo y la ayuda de su alcalde Don Luis Manuel Viejo que, con toda amabilidad, dejó durante un momento las tareas habituales de su despacho en el ayuntamiento para hacernos temporalmente de guía y anfitrión de nuestro viaje. Desde aquí, como director de la escuela de adultos y en nombre de nuestro centro le agradezco su amabilidad y cercanía.
En Brihuega, nos detuvimos en la parada de autobús justo en frente del hostal El Torreón, donde se conserva aún la placa que recuerda que fue en ese establecimiento en el que el viajero se hospedó. En su libro indica que fue atendido muy amablemente por una joven y guapa muchacha, -aunque ella le indicase que no era ya tan joven y que el viajero le estaba haciendo demasiadas preguntas-. Un lugar que describe con interés.
Ya fuera, sobre la Puerta de la Cadena, contemplamos cómo se conservaba perfectamente el grabado alusivo a la toma de Brihuega de 1710, que el viajero anotó en su cuaderno de notas.
Miguel Hinojal, nuestro alumno pintor, comenzó a dar los primeros trazos de pintura al aire libre, con el objetivo de obtener unos dibujos de algunos rincones del pueblo.
Siguiendo la calle de la Cadena, abajo contemplamos cómo la señora de la papelería-librería y su clienta nos miraban con interés desde la puerta y cómo otras dos señoras mayores se dirigieron al grupo y entablaron conversación con él, preguntándonos de dónde éramos y qué íbamos a hacer. Detalle evidente del carácter abierto, sencillo y alegre de las gentes de este pueblo.
Algo más abajo, nos dimos con una fuente hermosa que está a la vuelta del lavadero. Todo es de piedra. No nos extraña que Cela se embelesase en el lavadero de Brihuega. De veras es un lugar que te embriaga. Con el sol del día, la sombra y el sonido del agua de los lavaderos de Brihuega extasían a cualquiera.
Más abajo, en la misma calle Camilo José Cela, vimos a quien debiera ser el carnicero del establecimiento, en la calle, hablando con un señor mayor. Éste, al vernos dubitativos, se dirigió a nosotros alegre y dispuesto nos dijo: “venga a ver, ¿qué estáis buscando?” “la panadería está ahí abajo, en esa esquina, sí, ahí enfrente”.
Efectivamente queríamos ir a la Panadería Cepero, lugar que fue en sus tiempos el establecimiento del “Señor Portillo”, aquel gran hablador y vendedor que atendiese al viajero hace setenta años; aquel que enseñó Brihuega hasta al mismísimo rey de Francia y que nos enumera todos los apodos de los vecinos del pueblo… como decía, “aquí no nos privamos de nada”.
Calle abajo, antes de llegar a la plaza, saliéndonos del contexto del libro tuve que hablar de la cercanía de la judería de Brihuega y de cómo, aunque Brihuega fue ejemplo de pacífica convivencia de etnias, el último judío condenado en la inquisición, vecino de Brihuega, fue quemado en la plaza de Zocodover de Toledo ya anciano.
En la plaza del Coso nos dirigimos al Ayuntamiento y fue ahí donde nos recibió su joven y amable alcalde. Como a Cela le ocurriese setenta años antes en este viaje, en estas tierras encontramos a quien sin duda pudiera ser el mejor alcalde del mundo.
Como Cela entonces, nosotros, todos los que reemprendíamos nuestro nuevo Viaje a la Alcarria, sentimos de forma unánime que nos encontrábamos también con personas como el alcalde de Brihuega, Luis, y luego más adelante el concejal de educación de Cifuentes, Marco; personas que viven y aman a sus pueblos y entregan desinteresadamente su tiempo y su corazón por sus pequeñas patrias.
Luis nos llevó al castillo de Brihuega, una zona bellísima donde no puedes dejar de liberar la fantasía de las leyendas de amor y de muerte que nos recuerda la peña bermeja, las tremendas historias de los arzobispos de Toledo, de los últimos reyes musulmanes de estas tierras de la dinastía Ibn Dil-Nun, o a Don Bernardo de Brihuega, el gran compilador de Alfonso X el Sabio en la escuela de traductores de Toledo.
Recorrimos la preciosa zona medieval, arzobispal, donde estuvo la casa de Manu Leguineche y, a través de la zona de la monumental plaza de toros, llegamos a la impresionante puerta medieval del Cozagón. Caminamos por el extenso recorrido de las murallas medievales, donde encontramos a Paloma, una profesora del instituto del pueblo que estaba preparando una gymkana y llegamos a la Fábrica de Paños, donde algunos operarios trabajan en los recién abiertos jardines de Brihuega en diversas faenas de recuperación.
Desde la iglesia de San Felipe, con su impresionante rosetón con la estrella de David y su espectacular interior medieval, ejemplo de integración de las culturas de Brihuega, nos despedimos de nuestro alcalde y amigo y montamos en el autobús para continuar nuestro destino a Cifuentes; no sin antes mantener un curioso encuentro con José Centenera, “Pepe”, un octogenario briocense, portero en su juventud del Guadalajara club de fútbol, que maravillosamente nos relató una aproximación a la Ilíada y a la Odisea, haciéndonos reflexionar la inexistencia actual del amor platónico, como lo fue el amor paciente de Penélope que esperó veinte años hasta la vuelta de Ulises, en Ítaca.
“¿Esperaría usted también veinte años por amor?” preguntaba nuestro nuevo amigo briocense, el señor Pepe, a Elena Cardeñoso, nuestra profesora de inglés, “Fíjese que son veinte años” “¿Esperaría usted veinte años por amor?”.