“Si tratas de escapar, te disparan y mueres. Si dejas de trabajar, te golpean. Era igual que la esclavitud”. Son palabras de Aimamo, de 16 años, refiriéndose a la granja en Libia donde él y su hermano gemelo trabajaron durante dos meses para poder pagar a los traficantes de personas que les iban a llevar hasta su ansiado destino: Europa. Habían llegado allí tras un largo viaje que los llevó de Gambia a Senegal, Malí, Burkina Faso y Níger.
Historias como esta se repiten en los relatos de los millones de niños y niñas que se embarcan en un peligroso viaje con la esperanza de encontrar seguridad o una vida mejor. Huyen de una violencia brutal, de la pobreza extrema, de la sequía, del matrimonio prematuro forzado –en el caso de las niñas-, de indecibles penurias o de la falta de perspectivas y esperanza en decenas de países de África, Asia y Oriente Medio. En ese intento por dejar atrás un infierno en vida, se enfrentan -durante un viaje sin fecha de llegada que puede llevarlos varios miles de kilómetros a lo largo de montañas, desiertos y regiones devastadas por la violencia-, al hambre, la deshidratación, secuestros, robos, violaciones, así como la posibilidad de ser detenidos arbitrariamente, extorsionados y golpeados por las autoridades o las milicias.
El número de personas que han tenido que huir de sus hogares de manera forzosa en todo el mundo supera en este 2016 los 60 millones de personas. Solo el conflicto de Siria ha provocado el desplazamiento y la búsqueda de refugio dentro y fuera del país por parte de 12 millones de personas. La violencia en Afganistán, Somalia y Sudán del Sur ha provocado grandes movimientos de refugiados, así como los enfrentamientos en Burundi, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo e Irak. La lista es interminable.
Estamos ante una crisis de refugiados sin precedentes, la más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Y es una crisis con rostro de niño. Porque ellos son los más vulnerables y a ellos les está afectando de una manera más dramática. Los datos son escalofriantes. En lo que va de año se han registrado un total de 2.809 muertes en el Mediterráneo; en todo el 2015 se contabilizaron 3.770; muchas de ellas eran niños. Unos 10.000 niños no acompañados (no hay cifras oficiales y el número podría ser mayor) se encuentran en paradero desconocido dentro de nuestras fronteras europeas. Los recientes informes de UNICEF sobre la situación de los niños que cruzan el Mediterráneo en busca de una vida mejor arrojan datos y situaciones escalofriantes.
Nunca antes tantos niños en tantos lugares habían necesitado un lugar donde sentirse a salvo, seguros y protegidos. Al mismo tiempo, los términos refugio y acogida nunca habían estado tan denostados. Desde UNICEF Comité Español, en este Día Mundial del Refugiado, queremos reivindicar el lado humano de acoger, de dar refugio a aquellos que lo necesitan.
El corazón de Europa está dividido. Hay una enorme cantidad de personas en muchos países europeos que han abierto y siguen abriendo su corazón e incluso sus casas para acoger a los refugiados. Y, al mismo tiempo, crecen los discursos que les discriminan y les hacen culpables de todo tipo de delitos. “He escuchado muchas veces que la gente dice que los refugiados nos vamos a quedar con el dinero del país, a robar, y no entiendo por qué. Holanda y muchos otros países tienen un montón de refugiados y no pasa nada. Hay mucha gente que piensa mal y creo que mi historia puede cambiar su opinión”, asegura Mina, una niña refugiada iraquí en España.
Es nuestra obligación acoger y proteger a estos niños. Los procesos de acogida a niños refugiados tienen que tener en cuenta sus necesidades y derechos específicos: derecho a la educación, a la vida familiar, a recibir información adaptada a su edad, a ser escuchado… Para ello, es fundamental que se cuente con recursos adecuados y personal especializado. Como ha dicho el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, António Guterres, “nunca ha habido una mayor necesidad de tolerancia, compasión y solidaridad con las personas que lo han perdido todo”.
En esa línea, desde UNICEF pedimos a los gobiernos:
- Que en los acuerdos y planes de actuación en esta crisis de refugiados se tenga en cuenta la Convención sobre los Derechos de los Niños y, en especial, el principio del interés superior del niño. Verse obligado a realizar este peligroso viaje, a cruzar frontera tras frontera, implica en demasiados casos que pierda sus derechos.
- Que den prioridad y agilicen la tramitación de las demandas de asilo presentadas por niños. Es inadmisible que se tarden más de 3 meses en decidir qué país examinará la petición de asilo de un menor, y que se detenga a los niños basándose en su estatus migratorio. Es urgente buscar alternativas a la detención, como puede ser la guarda o el acogimiento en familias.
- Que respeten el principio de “no-devolución”, esto es, que los niños no sean retornados a sus países de origen si ello significa que van a ser detenidos, reclutados o víctimas de trata o explotación. Junto a ello, hay que intensificar los esfuerzos para reunir a los niños no acompañados con sus familias o con un tutor. Es un paso esencial para protegerlos y evitar que perdamos su rastro.
- Que recuerden que todos los niños tienen que tener acceso en todo momento a servicios básicos, incluida la atención sanitaria y la educación. Y que es necesario o garantizar su seguridad para evitar que caigan en manos de redes de trata o que sean explotados.
Si los factores que impulsan esta migración forzosa no se abordan como una prioridad mundial darán lugar a un movimiento interminable de niños en busca de una vida mejor. Invertir en los niños y jóvenes, particularmente los más vulnerables, debe ser una prioridad para abordar el ciclo de pobreza y conflicto que está llevando a muchos a abandonar sus hogares.
Asunción Díaz del Río. Presidenta UNICEF Comité Castilla-La Mancha