El verano pasado la tormenta no había hecho más que comenzar. Los vecinos de la Barceloneta aseguran que este año todo ha ido a peor. Que la masificación turística es insostenible, que la esencia del barrio ha desaparecido y que los turistas extranjeros no respetan nada. Pese a los esfuerzos del consistorio de Ada Colau, la invasión no amaina.
Cuando la música se apaga, manadas de turistas salen de las discotecas y se dirigen en procesión a la cercana playa que se abre ante sus ojos. Multitud de chavales se aglutinan en grupos comentando anécdotas de la fiesta mientras beben cerveza y terminan con las existencias de las drogas pertinentes. Los más blanditos visitan a Morfeo eligiendo como lecho un banco de la calle o la propia arena. Un poco más alejados, parejas fortuitas de la noche culminan su tensión sexual a la vista de transeúntes que, con sorpresa, inmortalizan la escena en sus móviles. Esta estampa se repite cada noche en la Barceloneta, un barrio de poco más de 13 hectáreas que da a una de las playas más importantes de la Ciudad Condal.
El barrio ha pasado de acoger el humilde reposo de pescadores a ser el parque temático de jóvenes extranjeros ansiosos por desatar sus más bajos instintos. Para estos turistas, todo comienza con el alquiler de un piso a través de aplicaciones de economía colaborativa como AirBnB.
Estos apartamentos se camuflan entre los del resto de los vecinos, con una diferencia sustancial: el precio y que no pagan impuestos. La plataforma Barceloneta Diu Prou lleva tres años denunciando el incremento del precio de los alquileres, que han pasado de entre 500 y 600 euros a más de 3.500 al mes.
Por eso los más jóvenes no pueden permanecer en su barrio natal, y tienen que buscar zonas más asequibles alejados de sus familias. A esto se le suma un turismo de borrachera que impide a los vecinos pegar ojo en todo el verano, soportando escenas deplorables.
Sigue leyendo aquí el resto del reportaje.
http://www.interviu.es/