Desde el 18 al 25 de enero, los cristianos celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El lema elegido para la celebración de este año nos invita a avanzar con decisión en la reconciliación porque el amor de Cristo nos apremia (Cfr. II Cor 5, 14-20). La experiencia del amor de Jesucristo hacia todos los hombres es la fuerza que nos impulsa a ir más allá de nuestras divisiones y a orar por la consecución de la unidad entre todos los cristianos, dando pasos valientes en la reconciliación con Dios y entre nosotros.
La nueva evangelización, a la que nos invitanlos últimos Papas, ha de tener muy presente la secularización de la sociedad y el olvido de Dios por parte de algunos bautizados. Pero, ante todo, la evangelización exige dar pasos decididos en la búsqueda de la unidad plena entre todos los cristianos pues, como nos recuerda el Señor, sin el conocimiento y la vivencia de la íntima unión entre Él y el Padre por parte de sus discípulos, el mundo no podrá acogerle como el único Salvador (Cfr. Jn 17, 20-21).
La búsqueda y consecución de esta unidad entre todos los cristianos, además de las relaciones cordiales y de la cooperación fraterna entre las distintas Iglesias, requiere una conversión interior. Esta pasa siempre por la conversión a Jesucristo y por el fortalecimiento de la fe. Sin profundizar en la fe y en la conversión, resulta imposible experimentar la urgencia de dar testimonio conjunto del Dios vivo que se da a conocer a los hombres y mujeres de todos los tiempos por medio de Jesucristo.
Pero, tendríamos que preguntarnos: ¿De qué hemos de convertirnos? ¿De qué pecados deberíamos pedir perdón a Dios y a los hermanos para obtener la curación de las heridas provocadas por nuestras divisiones? Cuando analizamos la realidad, constatamos que entre los cristianos aún existen manifestaciones de intolerancia religiosa, de desprecio mutuo, de desconfianza, de falta de amor, de aislamiento y de orgullo.
Por ello, para avanzar en el camino de la reconciliación y en la consecución de la unidad plena entre los cristianos, tendríamos que pedir perdón a Dios y a los hermanos de estos pecados. El mundo de hoy y las Iglesias que confesamos a Jesucristo como Hijo de Dios necesitamos embajadores que promuevan la reconciliación entre todos los seres humanos, que rompan las barreras de división entre quienes se confiesan hijos de un mismo Padre, que tiendan puentes por medio del diálogo sincero, que busquen caminos de entendimiento y de paz, que abran las puertas para la consecución de nuevas formas de vida comunitaria en Jesucristo, que nos reconcilió a todos con el Padre.
Este es el gran desafío que tenemos ante nosotros para avanzar en el camino de la unidad y para impulsar la nueva evangelización. Sin duda, ésta podría producir mayores frutos de santidad y de conversión, si todos los cristianos anunciásemos juntos la verdad del Evangelio y si diésemos una respuesta común para saciar la sed espiritual de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Si los cristianos nos tomásemos en serio el encargo del Señor de anunciar el Evangelio a todos los hombres y de hacer discípulos de todos los pueblos, sería mucho más fácil afrontar conjuntamente el desafío de la unidad, ganaríamos en credibilidad y ayudaríamos a muchos creyentes o alejados a superar la confusión religiosa.
Con mi sincero afecto, oremos juntos por la unidad de los cristianos.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara