La celebración litúrgica de la Santísima Trinidad nos invita a contemplar el misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que sale constantemente a nuestro encuentro para regalarnos su vida y para invitarnos a permanecer en su amor. Este misterio, central en la misión de la Iglesia y en la vida de los creyentes, es la luz que ilumina los restantes misterio de la fe cristiana.
En este día, la Iglesia nos invita también a descubrir el testimonio creyente de aquellos hermanos y hermanas que han acogido la llamada de Dios a la vida contemplativa y responden cada día a la misma. El lema elegido para la celebración de esta jornada “Contemplar el mundo con la mirada de Dios” nos recuerda que los monjes y monjas de clausura son faros luminosos para ayudarnos a ver el mundo y a cada persona con la mirada de Dios.
Estos hermanos, que viven, oran y trabajan en los más de ochocientos monasterios dispersos por toda la geografía española, han descubierto que el mirar de Dios es amar y, transformados interiormente por la mirada amorosa del Creador hacia todos los hombres, han aprendido a contemplar el mundo y a cada persona con amor y compasión, compartiendo así los sufrimientos y las esperanzas de la humanidad entera.
En medio de los ruidos y de las prisas de cada día, necesitamos aprender de los contemplativos a verlo y a juzgarlo todo con la mirada de la fe. Quienes habitan en los monasterios, dejándose mirar en cada instante por Dios, nos recuerdan y enseñan que, sin espacios de silencio y oración, de serenidad y apertura a la trascendencia, no podremos descubrir nuestra identidad cristiana ni conocer el querer de Dios.
Los hermanos, que son llamados por el Señor a vivir la fraternidad y la hospitalidad en un convento, no huyen del mundo por miedo a la realidad o a los problemas de la existencia. Aunque viven separados del mundo, no cesan de interceder por la humanidad y de orar por cada uno de nosotros, presentándole al Señor nuestros temores y esperanzas, nuestros gozos y sufrimientos, para que colaboremos con Él en la construcción de un mundo más humano y, por tanto, más evangélico.
Todos tenemos mucho que agradecer a los monjes, monjas y eremitas por su oración, por su testimonio creyente y por su vivencia de la fraternidad. La Iglesia y el mundo de hoy siguen necesitando su carisma y su testimonio de fidelidad al Resucitado para no perder el tiempo en cuestiones secundarias y para avanzar con decisión por el camino que conduce a la verdad, a la santidad y a la vida verdadera. En una sociedad tan necesitada de autenticidad y de apertura a la trascendencia, los contemplativos nos recuerdan que Dios ha de ser el centro de toda la existencia humana.
En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, además de dar gracias a Dios por el testimonio de los contemplativos y de pedir por su fidelidad, debemos manifestarles nuestro reconocimiento, estima y gratitud por sus días dedicados a la alabanza divina, por la entrega gozosa de sus vidas al Señor y por el ejercicio activo de la caridad. Si nos dejamos mirar por Aquel que nos ama con amor infinito, como hacen los contemplativos, nuestra existencia cambia, los pensamientos se transforman y podemos experimentar la salvación de nuestro Dios.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día de la Santísima Trinidad.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara