Hace unos días, el Ayuntamiento de Sigüenza, como viene haciendo desde hace años con todos los mayores que llegan a cumplir el siglo de vida, se sumó al homenaje y felicitaciones que su familia le hizo a Francisca de Francisco, entregándole una placa y un ramo de flores.
Francisca de Francisco nació en Rienda (Guadalajara), el 21 de agosto de 1917 en una amplia familia, de ocho hermanos. Siendo ella la menor de las tres mujeres, desde bien pequeña tuvo que compartir con su madre las labores del hogar. Todavía dueña de un excelente sentido del humor y presencia de ánimo, cuenta que para amasar el pan le tenía que poner una banqueta porque no llegaba a la artesa, de lo chiquita que era. Además del trabajo en casa, también ayudaba a sus padres y hermanos en el campo, y más aún cuando su hermano mayor fallecía en acto de servicio durante la Guerra Civil, teniendo además el siguiente varón que permanecer varios años en la cárcel.
La dureza del clima y de la situación familiar da idea de las penalidades que pasaron trabajando en el campo, a pleno sol en verano y con los hielos y la nieve del invierno. Francisca recuerda todavía cómo un día de agosto, cuando tenía 16 años, a una hermana y a ella misma les sorprendió una tormenta enorme mientras acarreaban hierba en un barranco. El agua de la fuerte riada las arrastró, salvando la vida de milagro.
El 9 de noviembre de 1951 se casó con Constancio, el sastre y peluquero de Alpanseque (Soria), pueblo lindero con Rienda, pero ya en otra provincia. Allí compraron casa y tuvieron a sus cinco hijos. Como había hecho toda la vida, además de cuidar de su familia ayudaba a su marido en las labores del campo y también a coser. Fueron años duros, con mucho trabajo y escasos recursos, pero felices.
Francisca fue siempre una gran luchadora que supo crecerse en los momentos difíciles, sobre todo ante las enfermedades de sus hijos, puesto que ha residido la mayor parte de su vida en un pueblo donde no había médico, ni farmacia cercanos.
Por razones de trabajo de Constancio, la familia vivió unos años en Riosalido, y al jubilarse él, se instaló definitivamente en Sigüenza, donde reside desde hace más de treinta años. Francisca cuidó de su marido, aquejado de demencia senil, hasta sus últimos días. Estuvieron casados 49 años.
Aún conserva su buena memoria de siempre, y anda perfectamente. Sus puntos débiles son la vista y el oído que tiene algo disminuidos, pero conserva intacta su ilusión por la vida, está pendiente de todo y, aunque ya no pueda leer ni hacer la sopa de letras que le encantaba, está pendiente de las horas para escuchar en la radio sus rosarios y misas, que procura no perderse ni un día.
Ha tenido siempre un gran sentido del deber, nunca ha tenido pereza para el trabajo y ha sido muy generosa para ayudar a todo el mundo que la ha necesitado.
Su centenario lo ha celebrado con gran alegría, rodeada de sus hijos, de sus nueras y de sus cinco nietos que son ahora su mayor orgullo. A Francisca le hizo especial ilusión que representantes del Ayuntamiento de Sigüenza acudieran a felicitarla a su casa y agradece enormemente la entrega de la placa y del ramo de flores que, aunque no pudo ver, ha disfrutado igualmente.
En ese día tan especial, estuvieron, acompañando a la familia Charo Toro, concejala de Bienestar Social, “reconociendo, una vez más el trabajo y la trayectoria vital de una generación que lo dio todo, a cambio de bien poco y que supo sufrir, manteniendo la alegría de vivir”, y la teniente de alcalde, Eva Plaza.