El 20 de noviembre se celebró en todo el mundo “El Día universal del niño”. Los países firmantes de la Convención sobre los derechos del niño se comprometieron hace más de tres décadas a poner los medios necesarios para la consecución del bienestar y desarrollo integral de los más pequeños, respetando escrupulosamente sus derechos y prestando especial atención a los niños más desfavorecidos.
Desde la firma de esta convención hasta nuestros días, se han dado muchos pasos en la buena dirección para el logro de estos objetivos; no obstante, la contemplación de la realidad nos dice que miles de niños en todo el mundo siguen muriendo cada día por falta de alimentos o por falta de la adecuada atención sanitaria, y que otros muchos se ven forzados a realizar duros trabajos para poder alimentarse de forma deficiente.
Como consecuencia de esta falta de respeto a sus derechos, millones de niños, pese a los buenos propósitos de sus padres, no pueden recibir la necesaria formación, a la que tienen derecho en justicia, ni pueden compartir los tiempos de esparcimiento con sus compañeros y amigos. Es más, en muchos casos, bastantes niños son entregados a la prostitución o sometidos a todo tipo de vejaciones sexuales por parte de personas sin escrúpulos y sin conciencia.
La Iglesia, que no ha cesado de denunciar estos terribles escándalos y que dedica medios y personas al cuidado de los niños y a su formación, en los últimos años ha tenido que constatar con profundo dolor y sufrimiento los efectos devastadores de los abusos sexuales a niños y adolescentes por parte de algunos de sus miembros.
La constatación de estos hechos tan dolorosos nos obliga a renovar el compromiso en la defensa de los derechos del niño y a poner los medios para ayudarles a descubrir su vocación. De este modo, podrán experimentar la alegría de su dignidad y el gozo de su misión en la construcción de una familia y de una sociedad, en las que todos sean valorados, respetados y queridos como hijos de Dios.
En comunión con el Santo Padre, que ha querido establecer en toda la Iglesia esta Jornada de oración por las víctimas de los abusos sexuales, pidamos perdón al Señor por los pecados cometidos en el trato con los niños por los miembros de la Iglesia y oremos también por quienes han sido víctimas de los abusos sexuales. Que el Señor nos ayude a todos, creyentes y no creyentes, a colaborar con decisión para combatir esta lacra social y para que nunca más se repitan estos comportamientos injustos y degradantes.
Con mi cordial saludo y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara