El día 1 de enero, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, la Iglesia celebra también la Jornada Mundial de la Paz. Este año, el Santo Padre nos invita a reflexionar sobre la dramática situación, en la que malviven más de 250 millones de emigrantes y refugiados.
Estos hermanos, después de dejar su tierra y, en muchos casos su familia, debido a las guerras, el hambre o a la búsqueda de nuevos horizontes para su realización personal, se encuentran con los muros, las alambradas y con la falta de respeto a sus derechos y dignidad por parte de personas sin conciencia y sin escrúpulos.
Aunque hemos de dar gracias a Dios porque muchas personas y comunidades, en distintos rincones del mundo, les abren las puertas de su corazón y de sus domicilios, incorporándolos a su familia, en la mayor parte de los casos tienen que vivir en condiciones infrahumanas, deambulando por los suburbios de las ciudades o encerrados en los campos de refugiados.
Con el fin de ofrecerles la paz que buscan y ansían tanto los emigrantes como los refugiados, el Santo Padre nos invita a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad a conjugar en nuestros comportamientos un conjunto de acciones relacionadas con cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar.
La acogida cordial a cada ser humano ha de ir acompañada de la protección de sus derechos fundamentales y con la apuesta decidida por su desarrollo integral, cuidando especialmente la protección de mujeres y niños. De este modo, resultará mucho más fácil la integración progresiva en las comunidades de acogida.
Cuando abrimos la mirada a Dios, descubrimos que tanto los emigrantes como quienes les acogemos formamos parte de una sola familia y, por tanto, tenemos el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, pues estos tienen un destino universal. De esta destinación universal de los frutos de la tierra, nace la solidaridad y el compartir.
Que el Señor nos conceda la dicha de comprender que los frutos de la justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la ella. Y, al mismo tiempo, nos ayude a descubrir que la felicidad no consiste en tener la vida perfecta y resuelta, sino en reconocer que la vida merece la pena ser vivida a pesar de las dificultades del camino.
Con mi cordial saludo y bendición, feliz comienzo de año.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara