Agustina Pérez Barrio cumplió cien años el pasado día 26 de enero. Por este motivo, el Ayuntamiento de Sigüenza, como hace desde hace años con todos los mayores que llegan al siglo de vida, le hizo entrega de una placa y de un ramo de flores, en reconocimiento a su trayectoria vital. Para felicitarla en tan especial ocasión se acercó hasta su casa, en la calle Valencia, 43, una delegación municipal encabezada por el alcalde de Sigüenza, José Manuel Latre, y por la concejala responsable del área de Bienestar Social, Charo Toro.
Agustina nació el 26 de enero de 1918, en Paredes de Sigüenza, localidad situada a 15 kilómetros de Sigüenza. De niña, la familia, de cuatro hermanos y sus padres, se trasladó a la ciudad del Doncel. Agustina estudió en el colegio de San José, hasta que tuvo 13 años, dos años más de los que le correspondían, porque, según cuenta su hija, Encarna Mazarío, “le gustaban mucho los niños, y ayudaba a la monja que estaba a cargo de los más pequeños”.
Cuando terminó en el colegio, comenzó a trabajar en una frutería, la que llamaban de los valencianos, que estaba en la calle Guadalajara. En ese periodo de su vida, estalló la Guerra Civil. Agustina recuerda bien todavía como tenían que huir apresuradamente cuando escuchaban los avisos de bombardeo a los refugios. Terminada la contienda, los dueños del comercio se lo llevaron a Madrid, y a Encarna, con ellos. Allí estuvo trabajando otros ocho años.
Sin embargo, Agustina ya le había “echado el ojo”, como dice ella, a Quintín Mazarío, seguntino de nacimiento, que iba a ser su marido. Ella vivía en la calle de El Peso, y él, en la de Los Herreros. Y así, pasando por delante de la casa uno de otro, a veces con razón, y otra nada más que por encargo de Cupido, se enamoraron y “empezaron a hablar”, como se decía entonces. La relación se consolidó en los bailes de Sigüenza. La pareja no se casó hasta pasados unos años, debido a que el novio era el hijo mayor de su familia, y a que había fallecido su padre, por lo que le tocó llevar las riendas de la economía de casa durante un tiempo.
En 1953, la pareja contrajo matrimonio en la Iglesia de San Pedro. Quintín trabajó hasta su jubilación en el Ayuntamiento de Sigüenza. Y Agustina quedó en casa, ocupándose de sus padres, especialmente de su madre, que cayó enferma y necesitó de muchos cuidados y de Encarna, que es hija única.
Quintín murió joven, en el año 1990, con sólo 74 años. Desde entonces, Agustina vive con su hija, en la calle Valencia. Ahora, y pese a que está delicada de salud, la centenaria mantiene el buen humor y su memoria, intactos. De Sigüenza le gusta todo, especialmente la procesión de Los Faroles de agosto. También, si se encuentra con fuerzas, le gusta acudir a la Romería de Barbatona, en septiembre. Y es fiel devota de San Vicente. Con un siglo de vida a sus espaldas, está agradecida porque “Dios me ha dado una vida sencilla, salud y trabajo”. El día de su cumpleaños la acompañaron sus sobrinos, “que son como mis hijos”, y familiares, y naturalmente su hija Encarna. “A toda nuestra familia nos ha hecho ilusión la placa, y que fueran a felicitarla en un día tan especial”, afirma Encarna. Para Charo Toro, concejala de Bienestar Social, “estos homenajes son una forma sencilla y más que merecida de agradecer, en nombre de todos los seguntinos el esfuerzo y vida llena de sacrificios de una generación que lo dio todo, a cambio de muy poco”.