Un año más, el Señor nos ofrece el tiempo cuaresmal como camino de preparación espiritual para celebrar con alegría desbordante la Pascua del Señor. La meditación de la Palabra de Dios nos invitará cada día a vivir con gozo y verdad, y nos recordará la necesidad de volver nuestra mirada y nuestro corazón a Jesucristo, testigo del amor de Dios y manifestación de su infinita misericordia.
Este año, el papa Francisco, en el mensaje publicado con ocasión de la Cuaresma, nos propone la necesidad de entrar en nuestro interior para descubrir si nos dejamos guiar por Dios o por los falsos profetas, “encantadores de serpientes” y “charlatanes” que, con sus ofertas interesadas, pretenden engañarnos, poniendo los medios para que, con el paso del tiempo, se apague la caridad en nuestros corazones (Mt 14, 12).
Estos falsos profetas nos ofrecen la posibilidad de alcanzar la felicidad por medio de la ilusión del dinero, por la búsqueda de soluciones a los problemas sin contar con Dios y por el ofrecimiento de respuestas inmediatas para afrontar el sufrimiento. Estas soluciones pasan por el consumo de las drogas, por la aceptación de unas relaciones humanas de “usar y tirar” y por la obtención de ganancias fáciles, pero deshonestas.
Los falsos profetas son unos “estafadores” que no sólo ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso de la persona, como es la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Los cristianos, al convivir con esta realidad, en la que prolifera el engaño, tendríamos que preguntarnos si nos dejamos arrastrar por la mentira y la adoración de los ídolos, que no pueden salvarnos ni ofrecernos esperanza definitiva o, por el contrario, la verdad de Dios y su Palabra siguen ofreciendo sentido pleno a nuestra vida.
En esta mirada interior, si somos sinceros, descubriremos que hay momentos en los que experimentamos que el amor de Dios se ha enfriado en nuestro corazón. Con frecuencia constatamos el pesimismo pastoral, el distanciamiento de nuestros semejantes, la crítica amarga de quienes no piensan como nosotros y la tentación de la mundanidad que merma el dinamismo misionero y nos lleva a conformarnos con las apariencias.
El reconocimiento de nuestro pecado y de nuestras contradicciones es el primer paso para avanzar en el camino de la auténtica conversión a Dios y a los hermanos. La Iglesia, siempre, pero especialmente en el tiempo cuaresmal, para invitarnos a huir de los ídolos, para librarnos de la avidez por los bienes materiales y para ayudarnos a compartir lo que somos y tenemos con quienes no tienen lo necesario para vivir con dignidad, nos invita a intensificar la oración, el ayuno y la limosna.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz tiempo cuaresmal.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara