Trillanos por el Mundo. Juan Flores Sacristán : La estación Internacional de Canfrancx y la isla de El Hierro.
Los recuerdos de Juan Flores Sacristán, Guardia Civil retirado, dan la vuelta a España en algo menos de setenta años, eso sí, siempre con origen y final en las orillas del Tajo
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REDACCION
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redaccionguadanewses/9/9/19
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h
Juan vino al mundo en Trillo un domingo, día 9 de enero de 1944. No hace falta preguntarle demasiado. Su conversación recrea gráficamente todo lo que ha vivido, aunque también se adivina que, a pesar de que dice mucho, calla más. En unas pocas frases bien hiladas hilvana lo que fue su niñez. “Trillo es lo más bonito de España. Te lo digo yo que he corrido mundo. Tiene el río Tajo, el Cifuentes y buenas fiestas. Aquí gustan mucho los toros, sobre todo en el campo. De chico, con mi cuadrilla, hice muchas perrerías. A mí me decían el Colorín. SIGUE
Antonio, el Mona, y yo, cogíamos nidos de abejaruco y de hurraca; cosas de chicos”. Así empieza Juan un relato que nos va a llevar muy lejos.
“Cuando yo empecé a ir, la escuela estaba donde ahora. Jugábamos a dola, al marro y también al fútbol”, prosigue. De adolescente, Juan también recuerda cómo en “La Farola” de Trillo hervía la testosterona juvenil: “¡Qué bien se guipaba a las chicas desde allí!”, dice, pero “hasta que no pagabas la ronda, los mozos no te dejaban sitio”, añade. También trajo a cuento el baile de Julio Henche: “Los músicos bajaban de Cifuentes. Tocaban la trompeta y el saxofón”. Entre sus vivencias de adolescente no faltó la cita al zurracapote de Semana Santa, otro clásico de i-TRILLO, que fabricaban “a razón de media arroba por barba”, o sea, la mitad que la generación anterior y un cuarto más que la siguiente. Aún ahora Juan, que vive a caballo entre Torrevieja (Alicante) y Trillo, siempre hace sangría el día de Jueves Santo, tanto si le toca pasarlo en su pueblo, como en el Mediterráneo.
En la España de la posguerra, el que tenía intención de volar para buscar nuevos horizontes, encontraba su primera oportunidad cumpliendo el servicio militar. Hasta los 18 años, Juan le ayudó a su padre en las tareas del campo. Después compaginó la labranza con el oficio de albañil, hasta que se marchó voluntario a la Escuela Superior del Ejército. Su tío, Manolo Flores, lo dejó en la calle Bretón de los Herreros el día 1 de noviembre de 1964. “Fui jardinero del Teniente General Tomás González de Mendoza”, recuerda. Cuando se licenció, de regreso a Trillo, trabajó en la construcción hasta que aprobó el examen de ingreso en el cuerpo de la Guardia Civil. “El día 1 de mayo de 1968 fue mi primer día en la Academia de El Escorial de la benemérita”, revive con precisión. Su primer destino fue Villanova y la Geltrú, en la provincia de Barcelona. “El servicio de playa era de sol a sol. En verano, desde las ocho de la mañana hasta el anochecer, y en invierno, desde las cinco de la mañana hasta el amanecer. Mucho sacrificio. El trabajo no era como ahora”.
Pero su espíritu viajero le llevó a cambiar el mar por la nieve. Así fue como el trillano acabó en el pirineo oscense: “En marzo del año 1970, a petición mía, fui destinado a la aduana de Canfránc, adonde había una estación internacional de ferrocarril”. Fue inaugurada por el rey Alfonso XIII en el año 1928. El Colorín, que conoce bien el terreno, dice que hubo canteros de Trillo trabajando con finura las piedras de la Estación Internacional. “La portada de Canfránc es de sillería, bien hecha. El edificio tiene tantas puertas como días el año”.
Juan vigilaba la aduana, en Candanchú. La policía secreta validaba los pasaportes, mientras que la benemérita se encargaba del control de los equipajes. “Generalmente los viajeros traían de Francia tabaco, ropa y transistores”, dice. Entonces todavía nevaba: “En el año 1971 cayó un alud al que le calcularon un peso de más de 400.000 toneladas de nieve. En el invierno dormíamos con cuatro mantas y calcetines de lana”. El trillano ralata que muchos días del invierno el mercurio registraba 27 y 28 grados bajo cero.
Lo de apalancarse no va con nuestro protagonista, así que al año de permanencia cambió Huesca por Pamplona, adonde estuvo hasta 1974. Aprobó entonces en Madrid el curso de transmisiones de la Guardia Civil. Con el título en la mano se vino cerca de casa, a Molina de Aragón. Y como el termómetro no es mucho más generoso en Molina que en Huesca, Juan de nuevo cogió las de Villadiego: “Estaba harto de frío, así que pedí Canarias”.
Un cruce de casualidades hizo que su destino final fuera El Hierro. Allí paso nuestro trillano 15 años, su periodo más prolongado de servicio en un mismo lugar. “Como es pequeña, conozco aquella tierra como la palma de mi mano. La forma de la isla es igual que la de un zapato, pero en grande. Tiene cuarenta kilómetros de largo, no más, y es ancha. En total la superficie es de 284 kilómetros cuadrados”. En el Norte están la capital, Valverde, la ciudad de Mocanal y el aeropuerto en el que no pueden aterrizar ni despegar reactores, sólo aviones de hélice. Cerca está el puerto de La Estaca, salida y destino de ferris y barcos de mediano tonelaje. “El Norte es muy verde y fértil. Hace muchos años contaban que había un árbol santo, con un aljibe de cemento a sus pies”. Así refiere el Colorín la leyenda del Garoé del Hierro, un árbol gigantesco en el que, por la condensación del agua en sus ramas, se producía el fenómeno que se conoce como la lluvia horizontal. Los herreños recogían el agua en una poceta situada bajo el árbol y en otras de sus alrededores. El mítico tronco fue derribado por un huracán en 1604. En la actualidad, en su lugar se levanta un laurel como sucedáneo, pero aún existen las charcas naturales o albercas donde se sigue recogiendo el agua de lluvia.
Desde la capital sale una carretera hacia el centro de la isla que lleva después al Valle del Golfo, preñada de frutales y almendros. Cruza las localidades de San Andrés y Frontera. “Todas aquellas laderas están llenas de plataneras”, describe. Como todo el mundo sabe, y más aún ahora, la tierra de la isla es volcánica: “Mientras yo estuve allí, allanaron con máquinas cientos de bancales en aquellos terraplenes, rellenándolos con limo que traían desde los altos, antes de plantar los plátanos”. Juan también cuenta que las primeras piñas tropicales de Canarias fueron un regalo que le hizo el entonces presidente de la República de Venezuela, Rafael Caldera (1969 -1974), al presidente del Cabildo del Hierro, Tomás Padrón: “Caldera donó 200.000 de estas matas, de dos clases, a la Isla de El Hierro. Las plantaron en el Valle del Golfo, y se dieron de maravilla”. Piñas y bananas conviven en el valle con viñedos. “Dan unos caldos que fuman en pipa”, certifica el Colorín.
Por fin Juan había encontrado un destino en el que el termómetro siempre es moderado: “De noche la temperatura nunca baja de 15 grados. De día hay entre 25 y 28”. Su relato sigue ahora la carretera que bordea la costa por el Golfo camino de la localidad de Sabinosa. “Muy cerca hay un pueblo pequeño en el que está el Pozo de la Salud. El agua es como la de un balneario, ni dulce, ni salada. Recomendaban beberse una arroba de aquel líquido en un día. Llega un momento en que según entra, sale. Cuando terminas, el cuerpo está limpio”, asegura.
Después de la purga, retrocede la memoria del trillano hasta San Andrés para coger esta vez la bifurcación de la carretera que lleva hacia el pueblo de La Restinga, rescatado del anonimato por el volcán submarino. Pero antes de llegar al puerto pesquero más importante de la isla, el camino pasa por la localidad de Pinar de Taibique. Su arboleda le trae a la memoria las higueras. “Dicen, y con mucha razón, que el higo herreño es el mejor de España. Lo secan, lo envasan y lo exportan”. Aún antes de llegar a La Restinga, el Colorín se para en La Cueva de Don Justo, que es volcánica y tiene unas galerías que en su conjunto superan la longitud de seis kilómetros.
Ahora sí. Las vivencias de nuestro capítulo de hoy llegan hasta la capital del mar: “La vida del pescador es dura. Las capturas más frecuentes son las de vieja, bocinegro, dorada y cangrejos. Cuando el océano está bravo y no pueden salir a faenar, ponen proa hacia el mar de las calmas. Tiene unos diez o doce kilómetros de anchura, comprendidos entre La Restinga y el faro de Orchilla. Lo llaman así porque sus aguas no se mueven. Es como si hubiera paredes submarinas a ambos lados. En los flancos las olas suben sin dificultad hasta los ocho metros de altura”.
Juan Flores refirió también en su conversación una segunda leyenda sobre un espejismo marino: “Desde el Pico Malpaso dicen que se ve la Isla de José Padrón Machín, el periodista más veterano de la Isla del Hierro, que emigró a la Argentina y volvió después para ser muchos años el corresponsal de la radio y los periódicos de Tenerife. Nació en El Pinar. El decía que, al amanecer, había visto la isla fantasma desde la montaña. No es el único. Hay más herreños que dan fe de lo mismo. Las autoridades dieron parte a la Comandancia de la Marina que llegó a enviar un barco a investigar el suceso. Y resultó que no había nada. La llaman la isla de San Borondón. José Padrón Machín concluyó que es un reflejo del Sahara”.
Juan es también buen conocedor de la gastronomía local: “En el año 1976 en La Restinga había dos bares, el de Juan y el de Pepe. La comida típica era un platito de sopa de cangrejo, que hacían con la cabeza y la raspa del mero, lapas y los cangrejos que le dan el nombre. Después ponían papas cocidas con el mojo herreño y un kilo de viejas fritas. Para pasarlo todo, lo mejor es un buen vino herreño, de El Pinar, de Frontera o de cualquier punto de la Isla. Para disfrutar de la sobremesa lo suyo es fumarse un buen puro palmero de la breña alta y tomar una copita. Se quedaba uno de maravilla”.
El deporte favorito de El Hierro, además del fútbol, es la lucha canaria. Compiten dos equipos de doce deportistas por cada bando, abanderados por un puntal, que es el mejor de todos ellos. La lucha se caracteriza por la habilidad para aprovechar la fuerza del contrario y por la nobleza. Tiene como principio básico el desequilibrio del adversario hasta hacerle tocar el suelo con cualquier parte de su cuerpo que no sean las plantas de sus pies. Para quebrar la estabilidad del rival no se permite la lucha en el suelo, como ocurre con otras modalidades, ni ninguna clase de llaves o estrangulaciones. “Mientras yo estuve allí, el mejor luchador de Canarias fue Juan Barbuzano. Una vez tiró él sólo a los doce miembros del equipo de Santa Cruz de Tenerife. Al principio salen los más flojillos. Si un equipo pierde los siete primeros combates, tiene que salir el puntal para igualar la contienda. Compiten a dos luchadas de tres minutos cada una. La mano izquierda tiene que ir al hombro del contrario y tirarlo al suelo en un círculo que tiene doce metros de diámetro. Cuando el puntal va tirando, el público lanza monedas. Muchas no llegan al suelo porque las cogen al vuelo. También era bueno Benigno Machín, el pollo de Sabinosa, pero Barbuzano los volteaba a todos. Era un campeón de arriba abajo. Medía 1,85 de altura. No tenía ni un gramo de grasa. Era un estilista”.
Nuestro protagonista estuvo destinado en El Hierro hasta marzo del 91. Un nuevo cambio de aires lo trajo a dos años a trasmisiones, en Guadalajara. “Pero como me ha gustado ir de la ceca a la meca, para los últimos meses que me quedaban de servicio antes de pasar a la reserva activa, pedí Ceuta”. Ahora Juan Flores vive un retiro tranquilo, siempre con Trillo y las aguas pasajeras del Tajo como referencia.