Jesús llamó a los apóstoles para que le siguiesen sin reservarse nada para sí mismos y para que estuviesen dispuestos a renunciar a falsas seguridades. Seguir a Jesús es siempre una aventura gozosa y lleva consigo la renuncia a la seguridad, al dinero, al poder y al reconocimiento social.
Quienes asuman la llamada del Señor han de caminar en pos de Él sin pensar en el propio bienestar y sin buscar falsos refugios en los comportamientos religiosos. Jesús, a quienes se confiesan dispuestos a seguirle a donde Él vaya, les responderá que el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Lc 9, 51-62).
Esto quiere decir que seguir a Jesús comporta recorrer su mismo camino y, por tanto, exige no instalarse, sino permanecer en movimiento. El inmovilismo, pretendiendo hacer lo de siempre y como siempre se ha hecho, es un gran impedimento para seguir al Maestro y para compartir su vida y su destino.
Muchos cristianos, olvidando estas exigencias del seguimiento, permanecen distraídos y obsesionados por recuperar las tradiciones del pasado. Esta mirada al pasado no es mala, pues la historia es maestra de la vida, pero cuando centramos la mirada únicamente en el pasado, en la tradición, sin escuchar la llamada al seguimiento, nos incapacitamos para ser evangelizadores y testigos del Reino de Dios en el mundo.
En tiempos de fuerte crisis religiosa y de búsqueda de nuevos caminos para orientar la acción evangelizadora de la Iglesia, no podemos caer en la tentación de buscar seguridades, de volver a lo de siempre y de pretender anclarnos en unas prácticas religiosas que nos den seguridad y nos alejen de los conflictos.
Por tanto, deberíamos preguntarnos si buscamos nuevos caminos para el seguimiento del Maestro o, por el contrario, permanecemos anclados en nuestras seguridades religiosas. Para responder a esta pregunta, no podemos olvidar que el seguimiento implica “caminar contracorriente”, dejando a un lado las modas, las corrientes de opinión y aquellas costumbres que no concuerdan con el Evangelio.
Si recorremos este camino del seguimiento, podremos encontrarnos con la cruz y la incomprensión. Esto no quiere decir que busquemos la cruz, pero sí que hemos de esperarla, pues el discípulo no puede ser más que su Maestro. Seguirle implica la aceptación de una vida crucificada, sabiendo que nos espera, como al Maestro, la victoria sobre la muerte y la participación plena en su resurrección.
En estos momentos, la Iglesia vive su cruz, pues el mensaje que ofrece ya no despierta la confianza de otros tiempos ni tiene el peso social de épocas pasadas. La misma autoridad de la Iglesia es cuestionada incluso por sus mismos hijos. Esto nos indica que hemos de avanzar en la conversión a Dios para desprendernos de falsas seguridades y para estar cerca de cada hermano ayudándole a encontrar en Cristo plenitud de sentido.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara