Jesucristo, a lo largo de su vida, y especialmente en la cruz, se presenta ante todos como el testigo fiel del amor del Padre. En sus palabras y obras manifiesta este amor misericordioso a todos los hombres, pero especialmente a los pobres y marginados de la sociedad.
Una vez resucitado de entre los muertos, Jesús se hace presente de forma nueva a sus discípulos; come y convive con ellos, dándoles así pruebas evidentes de que el Resucitado es el mismo que los llamó al seguimiento y que les invitó a vivir con Él. Si quieren comprender lo que ha sucedido en su persona, tendrán que abrir la mente y el corazón a sus palabras y a sus gestos.
Con la fuerza del Espíritu Santo, los apóstoles saldrán en misión hasta los confines de la tierra para bautizar y hacer discípulos, pero antes han de ser testigos, es decir, personas capaces de hablar desde la experiencia personal y no desde lo que han oído a otros. Tienen que predicar, pero han de hacerlo en nombre del Maestro y bajo la guía del Espíritu. Él será quien ponga en sus labios lo que han de decir a los demás.
En nuestros días, muchas personas se consideran en la obligación de recordar a los cristianos que, en la Iglesia de hoy, son necesarios “profetas”. Otros nos dirán que faltan auténticos “lideres”. El Señor, por el contrario, nos recuerda que son necesarios “testigos” de su resurrección, de su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte.
La falta de verdaderos testigos de Jesucristo es uno de los mayores problemas de la Iglesia. Ciertamente, los cristianos anunciamos el Evangelio y proclamamos la resurrección del Señor, pero, con frecuencia, lo hacemos sin convicción y sin esperanza. De este modo, no ayudamos a la conversión, al cambio de mente y corazón, de quienes nos escuchan ni de quienes viven en las periferias. Ofrecemos conocimientos, pero nos falta la experiencia gozosa y alegre del encuentro con el Resucitado.
Estos encuentros con Jesucristo resucitado son siempre experiencias interiores, experiencias que cambian el corazón de las personas. Los apóstoles y las mujeres, que se encuentran con el Resucitado, ya no pueden callar lo que han visto y oído. Se convierten en testigos que ofrecen a los demás la sabiduría y el amor de Dios. El verdadero testigo habla del encuentro con Dios en su Palabra y en el camino de la vida.
El hombre de hoy vive cansado de palabras vacías y de líderes fabricados por los medios de comunicación social, pero para descubrir a Jesucristo y encontrarse en Él necesita testigos del amor de Dios y de su salvación. Nuestro mundo necesita y espera estos testigos de Jesús que ofrezcan con sus comportamientos y palabras otra forma de vivir y de actuar. ¿Te animas a ser testigo del Resucitado?
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara