Los versos sueltos de Natalia : No importa el otoño, ella pertenece al viento.
miércoles 10 de marzo de 2021, 07:14h
Ha podido escapar de su vigilancia constante, de su aliento rancio sobre la nuca, de sus manos callosas y torpes frotándola pretendiendo sin embargo acariciarla; aprovecha que su sopor etílico ha caído rendido encima del jergón que se lamenta, víctima inocente de sus ronquidos babeantes y de su sobrepeso.
Sopla para apagar el candil y respira los restos de humo embriagada por su olor.
Cierra la puerta con extremo cuidado tras ella, por temor infundado a despertarlo de su inconsciencia.
Camina despacio, deambulando por un sendero que deja atrás los murmullos ensordecedores y malintencionados del pueblo que a medida que se aleja se empequeñecen hasta convertirse en nimios.
A cada lado del sendero la hierba crece salvaje sin ningún concierto pero deja hueco a flores diminutas que campan a sus anchas entre ella, pintándola de lágrimas blancas y virginales.
La niebla baja de la montaña y poco a poco envuelve su figura menuda y solitaria convirtiéndola en fantasmal e imaginada. El largo de su falda levanta el polvo del camino que se mezcla con la niebla ensuciando sin querer su blanco impoluto.
Resbalan en su corazón, pasando sin pena ni gloria, los comentarios maliciosos que ha dejado atrás, como resbala la niebla, sin dejar huella, cuando toca su cuerpo pretendiendo borrarlo de la faz de la tierra.
Agradece el llegar de la noche que de forma sigilosa y serena apaga la luz mortecina de las postrimerías de la tarde.
Un halo de irrealidad e inexistencia la envuelve y solo puede oír su propia pisada cuando rompe una rama de árbol muerta ya sin savia que le dote de vida, o resquebraja una hoja abandonada por el viento en su huida escandalosa hacia otros lugares.
Antes de partir, el viento se entretiene un rato en su pelo, alborotándolo, convirtiendo sus lisos mechones negros en rizos de color indefinido y se enreda en sus pensamientos alocados transformándolos en geniales ideas capaces de cambiar el mundo por algo mucho mejor.
Al fondo, en el límite de lo que alcanza su vista, se dibuja el bosque igual de prohibido y amenazante que los de cualquier otro cuento, coloreado por un solo verde oscurecido por los albores de la noche.
Se acerca y el silencio es cada vez más absoluto a medida que la senda llega a su fin, hasta que se detiene del todo quizás temerosa ante los barrotes que forman tres árboles imponentes anunciando la impenetrabilidad del bosque.
Se abre camino entre ellos que le arañan la piel y ululan miedos a su oído para defender su infalibilidad.
Corre hacia él, que la espera mojado por la humedad fría de la niebla y crecido por las ganas anticipadas.
La luz de la hoguera, innecesaria para darle calor, ilumina las cicatrices que recorren su piel curtida y guerrera, que cuentan sin necesidad de hablar las batallas sangrientas que ha vivido hasta llegar a ella.
El pelo largo, rubio y trenzado no es capaz de esconder sus hombros recios cubiertos de símbolos supersticiosos.
El azul intenso de sus ojos restalla en la oscuridad de esa noche sin luna envuelta en bosque y en niebla, incapaz de resistirse a su luz y a su brillo.
Sus brazos fuertes y vikingos se abren para recibirla y ella se recoge en ellos, olvidándose de todo lo demás, si es que antes de él existía algo.
Sus manos la atrapan sujetando con fuerza su cintura, antes casta y cristiana, ahora ávida y salvaje, ahora nido de una nueva vida.
Sus labios se abren para devorar su boca como un lobo hambriento devora una presa en una noche de luna llena y murmura mientras lo hace en un lenguaje bárbaro que ella no entiende.
Se tumban sobre un lecho de hojas olvidadas por el viento que les sirve de almidonado “Valhalla” alcanzado sin necesitar que llegue la muerte.
No les importa el otoño, cuando se desnudan como se desnudan los árboles y se quedan expuestos a las inclemencias del tiempo, cuando se abrazan como el aire abraza a los árboles y permanece quedo al adentrarse en el impenetrable bosque, cuando se besan, como la oscuridad besa con mimo a la
noche haciéndola aún más densa.
No les importa el otoño cuando se aman lentamente, sin prisa, como solamente pueden amarse ella y él en el sosiego intemporal y acunado del ocaso.