Blas Garcia Peláez marchó con la flota de Pescanova rumbo a mares lejanos dejando atrás a su novia Hortensia Sanpatrás, camarera de un bar de carretera sito en Illescas.
Su relación epistolar narra las vicisitudes de ambos intentando capear las inclemencias y tempestades del día a día.
Su amor sobrevive al fuerte oleaje de la distancia y del paso del tiempo, demostrando una vez más la fuerza y la magia de la palabra que, a pesar de lo que digan las malas lenguas, vale sin duda mucho más que mil imágenes.
Capítulo 5.- Los truenos y el mar nos enseñan a rezar
Groenlandia, 27 de noviembre de cualquier año.
Mi querida y soñada Hortensia, te escribo a la luz de una linterna que tengo bajo la litera para las noches oscuras de este océano infinito sin ti.
Me han despertado un trueno estruendoso y el frío del ártico con un escalofrío que ni me la encuentro.
Mi primer pensamiento ha sido para ti, hermosa primulita, y después para el carajillo de anís “el mono” del bar de mi primo Paco.
Ulteriormente, me ha venido a la cabeza la hipoteca que nos endeuda hasta las cejas y un sudor frío me ha invadido la piel que aunque tosca, es humana y por lo tanto sensible; he comenzado a padecer unos temblores que me animan junto con el recuerdo del alquiler del taller de mi hermano, a subir a cubierta y tirarme por la borda.
De rodillas marcharía yo a tu encuentro si los pies me fallaran, por el amor que te profeso, más no me pidas que sea un marinero en tierra mientras miro las estrellas.
Tu eres mi faro y mi guía, la luz, aunque lejana, que alumbra mi destino.
Mantén la cabeza alta y altas serán tus miras.
No aflojes mi capullito de alhelí, ni te emputezcas por una hipoteca.
Solo pensar que las deudas te entristecen, me da ganas de quemar la casa y que te vengas hasta mi con tus tetas, que nos ayudaran a tirar hacia delante, trabajando en un bar de cualquier puerto helado de la isla.
Los nativos encontrarán reconfortantes tus vistas y tu ardor español después de un día a merced del inclemente y despiadado mar.
Rezo porque la vida nos una más pronto que tarde, y así hundir la cabeza entre tus pechos y olvidar mis tristezas y mis negros pensamientos.
Tu popeye zozobrante pero siempre valiente y bien dispuesto, Blas García Peláez.
Illescas, 5 de diciembre del mismo año.
También soñado Blas,
Ser el faro que te alumbra en la distancia me produce hastío, para que te voy a engañar.
Prefiero ser la bombilla que te deslumbra nada más despertar cuando al abrir los ojos, acostumbrados a la oscuridad del sueño, intentas pestañear.
Te escribo de madrugada, desvelada, en mi cama vacía pero con las sábanas de flores de colores que tanto te gustan porque dices que hacen honor a mi nombre alegre y primaveral.
En el bar, lo de siempre. Un ir y venir constante de viajeros, que a saber de dónde vienen, lo que sí sé es que marchan con olor a fritanga y a queso manchego revenido.
Volvió el camionero, quitapenas de mis soledades.
Esta vez nos metimos en su camión, lejos de la mirada siempre acosadora de mi jefe, para darnos un revolcón a trancas y a barrancas entre pescados y gambas que tanto me recuerdan a ti, simbad mio, perdido en los mares lejanos que buscas otros tesoros teniéndome a mi aquí.
No quiero desviar el tema que en esta carta me centra, el camionero me dice que tiene novia y yo le digo que no se preocupe de más, que yo tengo un marinero al que espero con fortaleza de espíritu y esmero.
Que te quiero más que a mi propia vida...para muestra, un botón.
Que cuento los días hasta tu desembarco en Gijón.
Ese día iré en autobús hasta allí para esperar con ansiedad el momento de ver aparecer tu navío surcando el mar bravío, que pintado de gris por contagio de las nubes que cubren siempre esa ciudad, esconde el horizonte, el cual hasta hace bien poco era el fin del mundo, y sin embargo tú has traspasado su umbral muchas más veces de las que yo hubiera deseado, mi marinerón valentón.
No podremos contener ni retener las ganas y lo haremos en el baño público del puerto, yo con las bragas a media asta, con mis pechos chocando contra el espejo, mi pelo alborotado por el viento de Gijón y por tus tirones y tú embistiendo por detrás con furia animal y desatada, bramando como una bestia parda.
A mi me sabrá a casi nada porque llegarás precozmente debido a tantos meses de abstinencia y amor propio, que nunca te sacia.
No se que tienen para mi los baños, será el olor a humedad que me evoca el mar dónde estás, pero siempre que entro en el aseo de mujeres del bar me tengo que consolar pensando en el forzado encierro con mi amante ocasional.
No te enceles de más, que lo hago sin besar, como las meretrices que venden solo su cuerpo pero no los besos. Eso sí, yo lo hago sin cobrar, porque a pesar de tu constante temor, la hipoteca aún no me ha emputecido ni me emputecerá.
Si lo hiciera en vez de marino serías vikingo, aunque también lucirías bello, con tus cuernos desafiando al cruel viento del Ártico, con la barba trenzada y el cuello tatuado con símbolos guerreros, la imagen que me viene a la mente me llena de deseo, bárbaro machorro. Imagino cómo se escaparía tu espada de macho ibérico, siempre preparada y afilada, entre la escasa tela de las faldas hechas para los asalmonados y desabridos nórdicos.
De momento estoy al día con la hipoteca. Me dejan buenas propinas y tus cuernos están muy requetebién guardados.
Te dejo, vikingón español de mis anhelos, que en este momento navegas por el mar húmedo de los fluidos que siempre te dedico.
Te quiere
Y es siempre tuya, Hortensia Sanpatrás
P.D. No me hablas de las focas. Ese silencio me da que pensar. Adjunto otra foto. Guárdala a buen recaudo para que puedas mirar mis tetas mientras alivias tu necesidad masculina de procrear.