Blas Garcia Peláez marchó con la flota de Pescanova rumbo a mares lejanos dejando atrás a su novia Hortensia Sanpatrás, camarera de un bar de carretera sito en Illescas.
Su relación epistolar narra las vicisitudes de ambos intentando capear las inclemencias y tempestades del día a día.
Su amor sobrevive al fuerte oleaje de la distancia y del paso del tiempo, demostrando una vez más la fuerza y la magia de la palabra que, a pesar de lo que digan las malas lenguas, vale sin duda mucho más que mil imágenes.
Capítulo 8.- Entre sus piernas Blas también puede navegar
Groenlandia, 27 de febrero de este año
Amada Hortensia, nacida en pleno campo rodeado de libertad, de ahí que nadie te pueda atar cual ramo de cualquier flor crecida en un vulgar vivero. Ni siquiera yo, tu amor incondicional y eterno.
Leyendo exhaustivamente tu última misiva, percibo cierta ansiedad en tus palabras, incluso algún que otro reproche.
Sé a ciencia cierta, sin que me quepa ninguna duda sobre mi sapiencia, que la falta de amor carnal te provoca zozobra e inquietud. Más de doce horas no sabes estar sin regalarte un revolcón. Te conozco de sobra y por eso paso por alto tus ligerezas y miro hacia otro lado.
Lo importante y con lo que me quedo es que eres todo bondad y te sobra corazón, florecilla mía que florece aún más cuando se te riega a menudo y con dedicación.
Estoy por dejarlo todo, las focas, los bloques de hielo, el mar y volver a navegar solo entre tus piernas de hembra de verdad.
Qué va a ser de nosotros?
Así, a bote pronto, se me ocurre lo de formar una familia. Podemos adoptar a un niño que sepa hacer recados y tú y yo montar un bar y trabajar codo con codo.
Tenemos tantas ganas y tanto en qué pensar!
Dejo de escribirte para meditarlo todo a la luz de las estrellas de esta noche oscura sin ti.
Tu marinero ávido de tu deshojada flor,
Blas García Peláez
P.D. Sigo llenando botes. El Capitán Barlovento, siempre envidioso y atento, me ha espetado que de qué voy. Le he contestado que solo voy de amor, que al amor no se le puede poner límites, si no, no sería amor.
Illescas, 10 de marzo del mismo año
Querido marinerón mío y de nadie más. Tus palabras me llenan de dicha. Pensar que quieres abandonar todo por mi, me inunda los ojos de lágrimas de alegría. Llevo todo el día con una risa tonta que no la aguanto ni yo. A mi jefe le ha provocado un humor borrascoso propio de su temperamento amargado. Pero ni siquiera sus gritos han conseguido borrar la sonrisa de mi cara y el cosquilleo de mi bajo vientre que dura un día entero cada vez que recibo una carta tuya, cuchirritín mío.
También he dedicado parte de la noche a meditar sobre nuestro futuro. Tener un hijo bien dispuesto y presto a hacer recados me parece una idea propia de un hombre inteligente y práctico como tú, curtido en lucha contra los elementos marinos.
Incluso podría venir con nosotros mi hermano Manolín, del que las malas lenguas dicen que no es tal hermano, sino hijo mío fruto de una borrachera desmemoriada que cogí en las fiestas de Illescas ya hace la friolera de doce años. Sé que está alelado y en ocasiones tiene arrebatos de locura, pero es por tanta habladuría malintencionada. También sé que acabarás cogiéndole cariño, como a las focas que de inteligentes poco tienen y además te recordará a ellas por sus bramidos sin sentido y que no van a ninguna parte.
Después de darle muchas vueltas he pensado que te podías retirar en el Retiro como capitán de una barca para turistas. Así yo puedo observar y admirar tus maniobras desde un banco comiendo pipas bajo el azul del sol de Madrid que a tantos poetas y enamorados ha inspirado.
Nos trasladaríamos a la capital. Ahí hay bares de sobra para una camarera de buen ver y con experiencia, como yo.
No me importa dejar atrás todo, cambiar el rumbo de nuestra vida. Y estando contigo me olvidaré con toda seguridad del camionero que solo en ocasiones contadas me aparece fugazmente en el pensamiento para llenar mi interior de mareas húmedas e incontroladas y así echarte más en falta.
Tu camarera que siempre te espera,
Hortensia Sanpatrás