La foto de El Juli, José María Manzanares y Román a hombros de los aficionados de El Espinar es el resumen perfecto de una tarde de triunfo total, en la que los toreros se repartieron hasta diez orejas de una buena corrida de Hnos. García Jiménez, con un quinto, “Derribado”, nº 1, de vuelta al ruedo.
Hace muchos años que las figuras no pisaban el ruedo espinariego y su regreso ha sido a lo grande. No hay plaza pequeña para los que mandan en esto. Lo demostró El Juli con un primero toro que fue todo clase. Soberbio fue el inicio por bajo, mientras el buen García Jiménez se deslizó con calidad excelsa. La misión del madrileño era administrar tanta bondad, lucirla sin afligir al toro para que durara. Y en eso, El Juli también es maestro. Sin forzar nunca al animal, fue dibujando cada muletazo con aterciopelada suavidad, hasta arrancar unos naturales que fueron casi circulares. Sólo el pinchazo redujo el premio. El cuarto fue otra cosa y, además, le faltó empuje. Pero las figuras lo son por algo y El Juli terminó metiendo al toro el canasto con una facilidad pasmosa. Lo empapó de muleta hasta doblegar su voluntad y llevarlos por donde su muleta le ordenó. Tuvo tiempo, incluso, para desmayar el brazo y dibujar muletazos de una delicadeza que, al principio, era impensable. El espadazo certificó el regreso triunfal a esta plaza tras 19 años de ausencia.
Pero si El Juli golpeó con fuerza, Manzanares no lo hizo menos. Basto fue el segundo y la codicia jugó a su favor, pues le empujó a embestir con transmisión, pero fue la autoridad de Manzanares la que, con el temple como arma, le sujetó la cara al suelo para evitar el derrote. Una serie de derechazos ardió como el sol canicular, por el ritmo y la fuerza que desprendió cada envite. Y la nobleza del quinto permitió al alicantino relajar el trazo y torear con mucha suavidad, jugando con los vuelos, pues lo que le faltó al toro en poder, le sobró en dulzura. Se gustó al natural, por donde firmó una serie colosal. ¿Y las estocadas? Pues las de Manzanares, marca de la casa: en la suerte de recibir y hasta la empuñadura al primer intento. Incontestable. Por cierto, al bueno de “Derribado” se le premió con la vuelta al ruedo.
Y con ese panorama se encontró Román: dos figuras en plenitud y él mordiéndose las ganas de salir a arrollar para demostrar que su evolución va por muy buen camino, pues demostró la entrega de siempre, pero con un plus de calidad y asiento que va otorgando la experiencia. Sembrado estuvo el valenciano toda la tarde. Tanto con el aquerenciado primero, que se coló por ambos pitones hasta que encontró su sitio, cerca de las rayas de picar, para convertirse en remiso. Pero ahí estuvo Román, cambiando el viaje de las saltilleras del quite y dando el paso adelante cuando el toro lo daba atrás, sin aspavientos, maduro, sensato, valiente y poderoso. Cada muletazo fue un parto y Román alumbró varios buenos de verdad. La oreja fue de las que pesan. Pero no le valía para salir a hombros con las figuras. Por eso, ante la falta de fuerza del sexto, sorprendió la serenidad que emanó, más allá de un inicio de rodillas explosivo, no tanto por la exposición, como por el temple y lo despacio que toreó. Después supo cuidar al toro para que se afianzara, al mismo tiempo que toreaba con un aplomo y un gusto que antes no se le cantaba. Las estrechas bernadinas del cierre y el espadazo hasta las cintas certificaron un triunfo rotundo. El de todos.
FICHA
Viernes 13 de junio. Plaza de toros de El Espinar (Segovia).
Más de media entrada dentro de las restricciones de aforo. Tarde de mucho calor.
Seis Toros de Hermanos García Jiménez, dispares en su correcta presencia, pero de gran juego en términos generales. Destacó la clase excelsa del primero y la dulce nobleza del quinto, “Derribado”, nº 1, premiado con la vuelta al ruedo.
El Juli (nazareno y oro): Oreja y dos orejas.
José María Manzanares (azul marino y oro): Dos orejas y dos orejas.
Román (marfil y plata): Oreja y dos orejas.
Los tres toreros salieron a hombros.