Ante el comienzo del otoño climatológico y las actuales y necesarias lluvias en algunas de las zonas y regiones afectadas por los incendios forestales durante este verano, Greenpeace recuerda que es necesario tomar medidas urgentes para proteger el suelo en las superficies forestales arrasadas, minimizar los procesos erosivos, evitar la contaminación de cursos de agua y garantizar el abastecimiento de agua potable en muchas localidades que dependen de aguas superficiales. 2022 es el peor año en décadas, con 54 grandes incendios forestales y una superficie quemada estimada en 300.000 hectáreas. Actualmente preocupa el incendio de los Guajares (Granada), con 5.000 hectáreas arrasadas.
La organización ecologista considera fundamental tomar las precauciones necesarias para evitar que se produzca la contaminación de las aguas de los ríos por las cenizas, el conocido como “chapapote de monte”. Este problema derivado de los incendios forestales ha sido observado ya en zonas del interior de la provincia de Ourense, que Greenpeace ha documentado, afectadas por los grandes incendios del mes de julio, o el verano pasado tras el incendio de Navalacruz, en Ávila. Esta situación ya se vivió, por ejemplo, a finales de agosto de 2017 tras el incendio de El Encinedo (León), cuando las lluvias arrastraron los terrenos calcinados por las llamas y tiñeron los ríos de negro. O incluso han llegado a afectar a los bancos marisqueros de las rías y ensenadas costeras, como ocurrió en 2013 tras los incendios del Monte O Pindo en Carnota (A Coruña).
¿Qué medidas se tienen que tomar?
- Realizar pequeños diques perpendiculares a la pendiente en laderas muy empinadas para evitar pérdida de suelo y frenar la escorrentía (los arrastres de agua). Se trata de retener el suelo, de poner obstáculos a la circulación del agua en las laderas e impedir la formación de regueros y cárcavas (socavones).
- Llevar a cabo construcciones provisionales en arroyos, ríos y lagunas para evitar que lleguen sedimentos y cenizas que contaminen los cursos de agua y afecten a la vida piscícola.
- Sacar la madera quemada para evitar riesgo de plagas y enfermedades. Además, hay que extraer la madera sin arrastrarla para seguir con el objetivo fundamental de evitar erosionar el suelo. Esto es muy importante para no dañar la futura regeneración natural.
- Dar tiempo a los ecosistemas forestales para ver su capacidad de regeneración y, posteriormente, ver qué medidas es necesario implementar (siembra, repoblación, acotado al ganado, etc.).
- Además, conociendo las adaptaciones de la vegetación, es importante esperar a repoblar para ver cómo evoluciona la superficie quemada y cómo se abre paso la regeneración natural de las especies con las estrategias mencionadas.
“En los incendios forestales seguimos perdiendo incluso después de las llamas, y es fundamental no solo la extinción del fuego, sino el seguimiento de las zonas incendiadas. Tras el paso de las llamas, se ponen en peligro los recursos hídricos por el arrastre de cenizas. En un país con sequías y procesos de desertificación agravados por el cambio climático, la prevención de los incendios y la protección de zonas incendiadas son claves para no agravar aún más el problema. Para ello, se necesitan recursos que lo garanticen”, aclara Mónica Parrilla, ingeniera forestal responsable de la campaña de incendios forestales de Greenpeace.
La organización ecologista recuerda que el fuego es un elemento natural que forma parte de los fenómenos que modelan el paisaje. Por ello, gran parte de las especies vegetales de la región mediterránea tienen algún tipo de adaptación al fuego (corteza gruesa para soportar altas temperaturas; capacidad para rebrotar tanto de copa, cepa, raíz; capacidad para germinar generando abundantes bancos de semillas que se desarrollan con elevadas temperaturas, como es el caso de los pinos).
Para ayudar a la recuperación de los bosques, es prioritario proteger el suelo para reducir los procesos erosivos agravados por las deseadas lluvias. Por tanto, las primeras actuaciones de emergencia se deben centrar en frenar los procesos erosivos actuales, controlar las posibles avenidas y posteriormente favorecer la regeneración natural de la cubierta vegetal. Sin olvidar recursos para reducir la siniestralidad (investigación, sensibilización, persecución del delito de incendio forestal), recordando que el 95 % de los incendios tienen origen humano.
“Estamos ante un territorio más caliente, más seco, más inflamable y abandonado. Con agua escasa, contaminada y mal gestionada. Urge una estrategia nacional que gestione el territorio hacia masas forestales menos vulnerables al fuego para prevenir procesos erosivos que agravan la desertificación, poniendo en peligro un recurso tan escaso y valioso como el agua", concluye Mónica Parrilla.