España brava
El Caballo de Torear, patrimonio de la humanidad
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Flexibilidad, fuerza, ritmo, corazón, cabeza... Se puede hablar incluso de bravura. Los caballos de torear, como este ejemplar de la yegüada castellano-manchega de Quinta El Romeral, se distingue de los usados en otras especialidades hípicas./Carlos Arévalo |
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REDACCION
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redaccionguadanewses/9/9/19
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h
La negativa del presidente del Gobierno a reconocer las corridas de toros como Bien de Interés Cultural coincide con la votación en la Comisión de Presupuestos del Parlamento Europeo, que busca excluir al ganado bravo de las subvenciones de la Unión Europea.
No se concederían ayudas a los toros destinados a espectáculos en los que se mate al animal. Me pregunto si la carne que se consume en Europa se come viva. Aunque esta hipócrita decisión, aún no es definitiva, supone una vuelta de tuerca en el acoso y
derribo a la fiesta. Un paso más hacia la extinción del toro bravo que pone también en peligro la supervivencia de otro animal singular: el caballo de torear.
El caballo de torear, el arte del toreo a caballo, aseguran la supervivencia y continuidad de un legado que atesora más de sesenta siglos de historia. Desde el fin del periodo neolítico, cuando como demuestran las investigaciones arqueológicas, el hombre de la península Ibérica empezó a utilizar el caballo en sus combates, hasta hoy.
Obviar esta cuestión, despreciar más de 6.000 años de historia en pro de una visión supuestamente comercial, entra en el campo de lo obsceno.
Las modas, en la equitación y en otros campos, no dejan de ser eso, modas: estrategias pasajeras, más o menos lúdicas, más o menos interesadas u oportunas, imbuidas al hombre con fines pecuniarios.
La economía, elevada al grado de ciencia por estudiosos y escuelas, como la de Salamanca hace quinientos años, por citar un caso, es hoy la primera preocupación de casi todo el mundo.
Y su matemática no debe abstraerse de una ética que nos distingue de las máquinas y nos permite ser hombres y mujeres. Seres humanos.
Una observación un poco más atenta de su historia, la nuestra, pone de relieve la fuerza de los pueblos que han sabido (querido, podido) proteger y potenciar sus singularidades.
El caballo español, el lusitano o ibérico, el caballo de torear, ha recorrido un largo camino hasta llegar hasta nuestras manos. Un camino que le ha llevado a todos los confines del planeta, compartiendo su sangre para la mejora de otras razas. Las luchas por el poder y entre pueblos, las guerras religiosas y las conquistas, han dado forma a su cuerpo y carácter. El ejercicio de la equitación, en cualquiera de sus especialidades, se ha beneficiado de él.
Pero el salto, la carrera, la doma clásica o vaquera, sin menospreciar a ninguna de ellas, no son en sí mismas suficientes para enseñar al jinete, al ganadero o al espectador sus aptitudes.
La prueba más fidedigna para resaltar sus valores, la más completa y veraz, es hoy el toreo a caballo. Liberado de sus históricas obligaciones guerreras, es sólo en el estrecho círculo de las plazas de toros donde puede demostrar, él y su progenie, todas sus aptitudes.
Negar este hecho, desvirtuar la morfología y carácter de este animal sacándolo precipitadamente de tipo sin el necesario rigor y conocimiento genético, pone en peligro su propia existencia.
Numerosos son los ejemplares que han ido a los mataderos italianos, por poner un ejemplo, para su consumo como mero alimento.
No me sentiría bien diciendo algo así como: “¡Camarero, póngame un español muy pasadito y sin sal. Y tráigame también un agua sin gas!”. Y el camarero: “Tenemos un revuelto de morcillas de lusitano con piñones, que quita el sentío, si le apetece de entrada. Es la especialidad de la casa”.
No es necesario criminalizar el consumo de carne. Pero sí es de recibo distinguir entre razas “creadas” a tal efecto de otras como el caballo de equitación y de toreo o el toro de lidia.
Afortunadamente, algunos grandes toreros, jinetes, ganaderos y aficionados, mientras asociaciones y federaciones mantienen vivo, con su amor, pasión, generosidad y entrega incondicional, este patrimonio.
Un patrimonio que bien puede merecer, tras más de seis mil años de sacrificio por el hombre, coincidiendo con el actual debate sobre los toros, ser declarado patrimonio de la humanidad.
Por los animales en sí, y también por nuestro medio ambiente y nuestra economía, es el momento de tomar posiciones claras y establecer medidas para su protección. ◆
Texto: Carlos Arévalo Nonclercq