Daniel Hernández ~ Soldado 9ª Compañía División Leclerc
De Orán al Nido de Las Águilas (II)
Si hablamos de toros, hablamos de generosidad en la embestida, de acometividad continua y larga. Podemos constatar estos valores en el hombre, en su naturaleza y en su historia
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h
Durante la Segunda Guerra mundial, el 24 de agosto de 1944, la 9ª compañía de la Division Leclerc entró en París bajo el mando del Dronne (capitán). En el blindado ligero Guadalajara viajaban Daniel Hernández y sus compañeros Francisco Plaza, Alonso Arenas, Zubieta, Ortiz y Vázquez, entre otros. Con el resto de las unidades, 42 hombres en total y para todo, de los que 30 eran españoles. Liberaron la capital de Francia. La bravura no tiene patria, pero en España abunda.
La Nueve escoltó a De Gaulle a petición de éste en su desfile por los Campo Elíseos. Algunos españoles más se unieron a la compañía encaminándose a la posterior campaña de Alsacia. Cogieron también a jóvenes voluntarios franceses, que fueron los primeros en caer. “No sabían hacer la guerra, no se lo habían enseñado”. Tomaron Luneville y llegaron a Marckolsheim aguantando el feroz contraataque de las fuerzas de Van Roustet. El Guadalajara de Daniel Hernández voló por los aires. Al día siguiente les entregaron uno nuevo, el tercero. Ellos, los jóvenes nacidos en África del Norte, respetaban a los que habían dejado a sus familias en España. “No eran hombres que se vinieran abajo, tenían rabia, ganas de luchar”.
Si hablamos de toros, hablamos de generosidad en la embestida, de acometividad continua, franca y larga por su empuje. Los conocedores tratan de adivinar estas cualidades en los animales por su comportamiento. Con sus semejantes en la dehesa, y solos, en la plaza de tientas o en el corredero a campo abierto. Por el de sus progenitores y por el de sus hermanos en la plaza. Los ganaderos de bravo llevan más de un siglo seleccionando y perfeccionando estos criterios.
Salvando las diferencias, pero al igual que en el animal, podemos contrastar estos valores en el hombre. En su genética, en su naturaleza y en su historia. El instinto que anima la bravura del toro compromete a todo ser vivo. En el hombre también, más allá del Eros y el Tanathos de las teorías freudianas, está el impulso creativo de la siempre floreciente naturaleza y el instinto de supervivencia. Nos mueve a todos una necesidad, una búsqueda de algo. Pero a nosotros, la satisfacción de esa búsqueda no nos exime de nuestros poderes morales: podemos elegir.
Guadanews Siguieron hasta Alemania.
DH Era la primavera del 45. Atravesamos la Selva Negra y vimos granjas limpísimas, impolutas. Me llamó la atención lo industrializado que estaba el país y su riqueza. Sobre todo en Múnich, o lo que quedaba de ella… Lo más duro fue cuando llegamos a Dachau. Me quedé extrañado al ver esos montículos en la entrada. Creí que eran pilas de madera, pero eran cadáveres amontonados, listos para el horno crematorio… Cuando se ha visto una cosa así…
GN La gente de la zona no creía que allí se gaseara y experimentara con la gente viva.
DH Hicimos venir a todo el pueblo por orden de nuestros superiores. Decían que no era cierto, que era una fábrica química, que siempre echaba humo. No daban crédito… Los hornos crematorios con las vagonetas aún llenas… una sala con cajas llenas de dientes de oro…
GN ¿Cuántos supervivientes quedaban?
DH En un campo para 25.000 quedaban algo más de 1.000. Si llegamos veinticuatro horas más tarde no quedaba nadie. Habían recibido la orden de exterminarlos a todos antes de que llegaran los aliados.
GN ¿Cómo seguir adelante después de presenciar tal horror?
DH Era horrible, inimaginable, pero teníamos que seguir hasta acabar con los jefes nazis.
GN ¿Encontraron una fuerte resistencia en Alemania?
DH Para La Nueve, la mayor resistencia que nos encontramos fue en Berchtesgaden, el famoso Nido del Águila… Subimos y tuvimos que matarlos a todos, a todos, porque ninguno se rindió ni dejó las armas. Toda una brigada de jóvenes hitlerianos, verdaderos combatientes, chicos de un metro ochenta, guapos -hay que decir la verdad- y rabiosos. Una desgracia de juventud… no quisieron rendirse…combatieron hasta la muerte. Allí se terminó la guerra, en Berchtesgaden.
GN Finalizada la guerra, ¿se contabilizaron muchas bajas en una compañía como La Nueve?
DH Mas del cincuenta por ciento de muertos. De los que quedamos, el ochenta por ciento heridos.
GN ¿Usted fue herido?
DH Recibí el impacto de un obús bajo el ojo. Pero no fue homologado por nuestros oficiales y suboficiales. Al contrario que los franceses, que lo anotaban todo, a nuestros mandos españoles les parecía normal todo lo que hacíamos. Habían vivido esas situaciones tantas veces en España. Como cuando me encontré con el Halftrack ardiendo, a punto de estallar… tiros por todos lados… no me daba cuenta…en la locura de la pólvora, en la locura del humo, en la locura total, sigues disparando.
Mi amigo Vázquez murió en la batalla de Châtel-sur-Moselle después de irse solo, con un bazooka, esperando que le pasase un Panzer de 45 toneladas por encima y cargárselo. Salvó a casi toda una compañía.
GN Aparte de Blanco Abad y Vázquez, ¿qué otros hombres recuerda?
DH Estaba Cortés Ruiz, que había sido torero. Toreó en Ronda, en Sevilla y en Córdoba antes de la guerra. Cuando yo lo conocí, en el 1943, tendría 32 o 33 años. Había también otro torero con nosotros, Bernal, que hasta hace poco vivía cerca de París. Anarquista, como los hermanos Pujol. Zubieta, que era de Almería como yo y había sido campeón de boxeo en Andalucía. El Turuta, que fue trompetista en la legión… Oraneses éramos una decena: Góngora, Bartelemi, Belmonte…
GN ¿Qué hizo después de la guerra?
DH Pensábamos en liberar España, lo que nos habían prometido, pero el Gobierno francés no cumplió… La mayoría en la División Leclerc eran partidarios de acabar con Franco. Si, como estaba previsto, entramos en España hubiera cambiado el curso de la historia. Fueron los americanos los que no quisieron. Se disolvió la División y se formó una nueva, con oficiales y suboficiales de la anterior y bastantes voluntarios para ir a Japón a combatir junto a los americanos.
GN ¿Se fue con ellos?
DH Yo seguía con idea de ir a América y quedarme allí. El sargento Ramírez y otros dos amigos marines me ayudarían a instalarme. Estaba soltero y tenía 22 años. La única manera de conseguirlo era irme con esta división al Pacífico.
GN ¿Hubo más españoles con usted en Indochina?
DH Estaban Blanco Abad, Rivero, Vázquez, Alonso… Éramos una veintena y nuestros Halftrack. Entre ellos el Guadalajara. Les había contado mi idea y les había convencido de venirse a los Estados Unidos… Pero no salieron las cosas como pensábamos y tuvimos que ir a luchar a la Conchinchina… En Saigón, en la región de Mytho, mataron al sargento Blanco Abad. Ese día íbamos en una pequeña lancha, de patrulla por un afluente del Mekong… Fui yo el que lo enterró en el patio de un convento de misioneras Carmelitas. Estaban por todas partes: en los hospitales, en los consultorios o de profesoras en los colegios privados.
GN ¿No le sorprendió encontrarse allí con todas esas monjas españolas?
DH No me lo esperaba y viceversa. Les habían contado muchas tonterías sobre los republicanos españoles, que si éramos unos violadores. Por supuesto, fuimos muy respetuosos y nunca tuvieron una queja. Más tarde conocí a los moï, una tribu que habían convertido al cristianismo esas monjas. En el 45 cazaban aún los elefantes con arcos y flechas. Vivían en las altas mesetas, a más de 3.000 metros, en la región de Tonkin.
GN ¿Por qué fueron allí?
DH Las tropas nacionalistas de Chang Kai Chek, acosadas por las de Mao Tsé-Tung, querían tomar esa región de Indochina, territorio colonial francés. Medio millón de hombres armados a la americana… Y sabían pelearse. Fueron más bien operaciones de guerrilla. Es una zona escarpada, rocosa, con pocos espacios llanos. Íbamos unas veces con las autoametralladoras y otras en helicópteros. Nos depositaban en un lugar determinado y cuando podían volvían a buscarnos.
Cuando liberamos Hanoi con el batallón, fuimos recibidos como en París. Era algo increíble: nosotros, los españoles, el ejército de Leclerc, en liberadores. Leclerc apoyó entonces a Ho-chi-Min. Quería la independencia de Indochina, era algo enorme, todos saldríamos ganando. Pero el Gobierno, pese a ser socialista, no estaba de acuerdo y le quitaron el mando a Leclerc. Desapareció con todo su Estado mayor en un accidente de avión. O eso intentaron hacernos creer.
GN ¿Qué hizo usted?
DH Estábamos hartos. En enero de 1947 embarcamos en Saigón y volvimos a Francia.
El Guadalajara se quedó en Vietnam. Daniel Hernández llegó a París sin trabajo, sin nada. Un extranjero con uniforme americano. Asqueado y sin poder regularizar su situación, encuentra por fin ayuda en el coronel Dabreville. Éste, indignado por el trato dado a uno de los hombres que liberó París, abronca a un secretario de la prefectura que le pedía cien mil francos por poner sus papeles en regla. Empieza de nuevo de cero. Primero como probador de coches Simca. Luego se casa y trabaja como aprendiz en una fábrica de porcelana. En los hornos, con la pala y el carbón, a 14.000 grados, llega a director técnico de fabricación. Se queda viudo y con dos niñas pequeñas a los 40. Vuelve a casarse años después con una profesora de francés, viuda también y con dos niñas. Su padre murió cuando él estaba en Indochina.
En el 54 regresó a Orán y llevó a Francia a su madre y a su hermano pequeño. Hasta que murió en 2008, viajó a menudo a España. “Si decidimos ir a algún sitio es a España, a Andalucía, allí es donde yo me siento a gusto”.
La nobleza, la fidelidad constante a unos principios de justicia y amor por los suyos son algunos de sus rasgos distintivos. Sin ingenuas candideces. Podemos elegir. ¿Queremos? ¿Lo hacemos?
Por Texto: Carlos Arévalo Nonclercq